Una breve descripción sobre Israel y Palestina
La zona donde se enmarca Israel sufrió las conquistas asirias, babilónicas, persas, griegas, romanas, árabes, cristianas, turcas e inglesas y así hasta el día de hoy en el que la convivencia se hace insostenible entre los pueblos que habitan la zona.
Los israelitas consiguieron unificar a las tribus que habitaban entre el rio Jordán y el Mediterráneo. El rey David, mil años antes de Cristo, dio el nombre a Jerusalén que curiosamente en hebreo significa “ciudad de la paz”. El emperador Adriano cambió el nombre de Judea o Israel por Palestina; luego no fue hasta el siglo II cuando apareció por primera vez el término de Palestina.
Los judíos continuaron llamando al territorio Eretz Israel (tierra de Israel) y los cristianos Tierra Santa. Los nacionalismos judíos nacieron a finales del siglo XIX y los árabes a principios del siglo XX. A lo largo de los siglos la presencia judía en Tierra Santa fue incesante. A finales del XIX empezaron a llegar oleadas de judíos inmigrantes que comenzaron a edificar el país con caminos, kibutzim (comunas agrícolas), escuelas, institutos técnicos, universidades, teatros, etc.
Al finalizar la primera Guerra Mundial Palestina quedó en manos del Mandato Británico por orden de la Liga de Naciones. Los que nacían en esa tierra eran palestinos, ya fuesen judíos o árabes. Los antisemitas de Europa gritaban: “¡judíos váyanse a Palestina!”. Palestina era reconocida como el hogar de los judíos incluso por quienes los odiaban. Gran Bretaña decidió cortar dos tercios de Palestina, se inventó el reino de Transjordania (actual Jordania) y lo convirtió en el primer espacio Jundenrein (limpio de judíos) antes del régimen nazi.
Después de la segunda Guerra Mundial las aspiraciones judías no cesaban y las Naciones Unidas votaron a favor del fin del Mandato Británico y la partición de Palestina en dos Estados, uno judío y otro árabe. Los judíos celebraron la resolución, pero lo países árabes decidieron violarla, atacar a Israel y barrer a “todos los judíos al mar” (1948). Al cabo de varios meses se llegó al armisticio; los israelíes se habían defendido con uñas y dientes. Como consecuencia de la guerra, Egipto ocupó la Franja de Gaza y Transjordania ocupó Cisjordania y Jerusalén Este, la ocupación duró 19 años. ¡En ningún momento se reclamó crear un Estado árabe palestino independiente!
En la Guerra de los Seis Días (1967), los “árabes de Palestina” se empezaron a llamar de esta forma, no palestinos. Esta guerra supuso una catástrofe para los mismos árabes y ocasionó el sufrimiento de los hermanos más débiles que vivían en Palestina. Los árabes no realizaron esfuerzo alguno para integrarlos, sino que los discriminaron y persiguieron de forma inhumana, hasta llegar a asesinarlos de forma masiva como sucedió el Septiembre Negro de 1971. Allí cayeron más árabes por el fuego jordano y sirio que en todos los enfrentamientos con Israel. Por el contrario, Israel decidió que todas las mezquitas y lugares sagrados del islam fuesen administrados por autoridades musulmanas. Cientos de miles de árabes de Gaza y Cisjordania encontraron trabajo en Israel y se empezaron a celebrar casamientos mixtos.
Después de la Guerra de Iom Kipur (1973), el nuevo presidente de Egipto, Anuar el Sadat, empezó a reconocer que no tenía sentido negar la existencia de Israel.
En 1964 se fundó la OLP (Organización para la Liberación de Palestina), para legitimar sus aspiraciones decidieron potenciar el terrorismo sobre todo desde que en 1969 comenzase a presidir la organización Yasir Arafat. En 1974 consiguió ser reconocida por la Liga Árabe como “la única representación legítima del pueblo palestino”.
La organización Al Fatah, liderada por Arafat, constituyó las Brigadas de Al Aqsa, que cometían asesinatos que ellos mismos condenaban en inglés y luego se felicitaban por haberlos cometido en árabe. De esta forma arengaban a grupos fundamentalistas como Hamás y Yihad Islámica. Arafat condenaba cada atentado mientras estimulaba la multiplicación de los mismos. Aquí comenzaron las primeras mujeres asesino-suicidas, jóvenes palestinas llamadas las “rosas de nuestra causa”. La respuesta de los israelíes no se hizo esperar ante esta oleada continuada de ataques terroristas, y en sus respuestas armadas, y frente a la comunidad internacional, quedó la imagen de un Israel inhumano que atacaba a población civil de forma indiscriminada…
Entre tanto los países occidentales adelantaban ingentes cantidades de dinero a las autoridades palestinas, con el fin de que pudiesen velar por los cientos de miles de desplazados provocados por las continuas guerras. Nunca se les exigió que empleasen ese dinero en salud, educación y reconstrucción en vez de invertirlo en armas. Ni que decir tiene que la enorme corrupción política se generalizó y gran parte del dinero salió hacia bancos extranjeros. La viuda de Yasir Arafat vive en la actualidad en Paris, millonaria, disfrutando de los placeres de la ciudad de las luces.
Las últimas elecciones palestinas se celebraron en 2006 y fueron ganadas por el grupo fundamentalista Hamás. Merece la pena conocer los puntos esenciales de su Carta Fundacional. En el preámbulo afirma lo siguiente:
“Israel existirá y continuará existiendo hasta que el islam lo destruya, tal y como destruyó a otros en el pasado”.
En el artículo 7 dice:
“El día del Juicio Final no llegará hasta que los musulmanes se enfrenten a los judíos y los maten a todos”.
El artículo 13 dice:
“las iniciativas por la paz y las supuestas resoluciones pacíficas, así como las conferencias internacionales, se contradicen con los principios de Hamás”.
En realidad, ellos son los que planean su expansión desde el Atlántico hasta el sudeste asiático. En sus escuelas se enseña que España pertenece al islam y deberá ser recuperada.
El plan nazi para exterminar a los judíos del planeta tuvo su principal aliado en el líder de Palestina Haj Amín el Huseini. Fue un clérigo fanático que animaba a destruir las comunidades judías debido a que importaban costumbres “degeneradas” como la igualdad del hombre y la mujer, la apertura de teatros y orquestas, la edición de libros y el ideal de la democracia. Se ofreció a Hitler a colaborar con la Solución Final. Por lo tanto, el sueño de Hitler de conseguir un país Judenrein (limpio de judíos) al final ha sido un logro árabe.
La que fue primera ministra de Israel entre 1969 y 1974, Golda Meir, pronunció una interesante reflexión: “Podemos perdonar a los árabes que asesinaron a nuestros chicos. No les podemos perdonar por forzarnos a matar a los suyos. Sólo tendremos paz cuando ellos quieran a sus hijos más de lo que nos odian a nosotros”. A mi juicio, no se puede explicar mejor el problema intrínseco del islamismo radical.
En 1909 nació Tel Aviv sobre unas dunas de arena y en la década de los veinte los primeros judíos asentados crearon la Universidad Hebrea de Jerusalén, entre cuyos primeros miembros de honor figuraron Albert Einstein y Sigmund Freud. Se creó la primera Orquesta Sinfónica del Medio Oriente, inaugurada por el célebre director Arturo Toscanini. Se multiplicaron los kibutz, las ciudades, se abrieron puertos y se fundaron instituciones educativas. La febril actividad judía le dio a ese pequeño país una prosperidad que no existía entre sus países vecinos. El conflicto árabe-israelí empezó, no por el aumento de judíos, sino por el progreso, la modernidad, la ciencia y la igualdad. Esta oferta impulsó el desarrollo, cosa que el fundamentalismo islamista no pudo permitir, quedándose anclado en la Edad Media.
El presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyed, llegó a enviar una carta de diez folios a Angela Merkel, canciller de Alemania, a la que ésta decidió no contestar. El iraní pedía la colaboración de Alemania para destruir Israel y el judaísmo. El líder de Hezbolá llegó a decir que: “la diferencia entre Occidente y nosotros es que ellos aman la vida y nosotros la muerte”, y como corolario a la sinrazón total, el ayatolá Rafsanyani lo confirmó de esta manera:
“con nuestra bomba atómica mataremos los cinco millones de judíos de Israel, y aunque Israel pueda enviarnos bombas de respuesta, sólo mataría a quince millones de iraníes, cifra despreciable ante los 1.300 millones de musulmanes que somos en todo el mundo”.
Confío en que tras todo lo expuesto quede claro cuál es la intención que han tenido desde su fundación los grupos fundamentalistas Hamás y Hezbolá. Que esta síntesis sirva para agitar las conciencias y para la reflexión de todos sin influencia de ideologías.
José Carlos Sacristán