Es una gran tentación creer que para ser cristiano hay que ser inmaculado. Y de hecho, muchas veces, se nos acusa de hipocresía porque «mucho seguir» a Cristo, pero somos los que más pecamos; lo que no hace sino alimentar esa tentación.
A mí me fastidia mucho que podamos llegar a creer esto, que podamos caer en el engaño. Y me fastidia porque yo misma me he dejado engatusar en otro tiempo por esa creencia llegando a un perfeccionismo insano, condenado a fracasar y diría que herético.
Pero, a poco que te formes, el engaño se desvanece. ¿Jesús no dijo que no necesitan médico los sanos sino los enfermos (cf. Mc 2,17)?
Igual alguno hay que cree que puede llegar a ser inmaculado, pero yo creo que, más bien, el que acusa de hipocresía no conoce a un auténtico cristiano.
Un auténtico cristiano es un pecador, al igual que quien emite el juicio, ni más ni menos. Pero un pecador que se arrepiente y está enamorado de Cristo, que sabe que bueno sólo es Dios, y que una y otra vez suplica la Gracia para poder identificarse con Él y nunca hacer un pacto con su pecado. El cristiano sabe que sin la Gracia está perdido y lucha sin tregua para vencer sus pecados. No lucha sólo con sus puños. Pone los puños, pero lucha con la fuerza de Dios.
Jesús no se hizo hombre para que seamos buenecitos ante los demás, los acusadores, sino ante Él. Vino al mundo para darnos la vida eterna, la vida en Dios, y para poner Él lo que nosotros no podemos por nuestra imperfección. Él pone la Gracia que nos ayudará a ser cada vez más de Cristo.
Un cristiano es un enamorado. Enamorado de Cristo y que reconoce en Él al Hijo de Dios y que cada vez con más necesidad busca ser como Jesús, o sea: manso y humilde.
Y por eso se confiesa una y otra vez, porque necesita la Gracia del Sacramento para ir purificando su pobre vida de pecador.
El que acusa es igualmente pecador pero no tiene esperanza.