Sabemos que no basta tener buenas intenciones para cumplir el pacto más impresionante que existe, por el que alguien se entrega a otra persona plenamente y se compromete a amarle de por vida. El único pacto que nos puede poner en condiciones de querer bien, de querer de veras.
Son necesarios los constantes actos de voluntad para preservar este compromiso, y que pueden ir encaminados a favorecer dos principios claves para el éxito matrimonial:
1.- Mantener la admiración por el otro, reconociendo lo mucho que ha mejorado nuestra vida personal desde que estamos casados.
2.- Ser capaz de construir un proyecto de vida común, hacia un futuro siempre incierto.
Es de personas inmaduras creer que estar enamorado basta para mantener el amor. Decía Gregorio Marañón, que la fase del enamoramiento, tan imprescindible para adentrarte en el interior de una persona y poder descubrirla, y quedarte atrapado por ella en exclusividad y pensar por ella y en ella para compartir tu futuro, es una fase que denominaba EIT (Estado de imbecilidad transitoria). Efectivamente, transitoria.
Para asumir este acto libre de donación total a otro, hace falta entrenarse previamente. Como decía José Noriega en su libro El Destino de Eros, para torear no es suficiente la generosidad o la valentía de lanzarse al ruedo y exponerse delante del toro: uno ha de estar capacitado, y haber adquirido las competencias y aptitudes necesarias para enfrentarse a esa situación concreta, destrezas que irá desarrollando a lo largo de la carrera taurina, pero que necesita de un grado mínimo, y cuya ausencia, le hace inepto para practicar este deporte con éxito. Pues bien, en el terreno del amor, nos la jugamos mucho si somos unos ineptos para amar a otro, porque lo esencial y conclusivo del ser humano es su capacidad de amar.
Los novios que están en este EIT, han de aprender a conversar, a escuchar, a expresar los sentimientos, las opiniones y creencias, y respetar el modo de ser del otro. Porque la convivencia, que nos deja a cada uno frente a lo que de verdad llevamos dentro, necesita de generosidad, entrega, renuncia, alegría y olvido de sí. Luego, la fidelidad en el matrimonio -que se sustenta en pequeñas lealtades-, no será un gran sacrificio, porque se ha practicado esta virtud desde el principio.
Conviene recordar que el “ser una sola carne”, lejos de constituir un obstáculo para la felicidad del matrimonio, se convierte en un sólido punto de partida para resolver los problemas o crisis matrimoniales.
El espíritu de dominio, los celos, la impaciencia (con uno mismo y con los demás), que perturban la paz conyugal, amenguan cuando reconocemos sus causas principales: el orgullo y el egoísmo, de las que podemos examinarnos todos los días.
¿Cómo estás compensando estos vicios? Te puede servir preguntarte: ¿Cuántos actos de servicio, por los demás, has hecho hoy? Todavía, si tú quieres, estás a tiempo para ofrecer gestos de servicio al otro. ¡Vamos!