Por Pedro Agulló
Es sorprendente la cantidad de personas que están tatuadas (según datos recientes, el 42% de los españoles, de los cuales, el 80% tiene entre 21 y 28 años) y sorprende, sobre todo, la normalidad con la que se lucen. Se trata de un fenómeno que trasciende a la juventud y que ya empieza a ser muy común en personas adultas. Creo que si estableciésemos un prototipo de estética masculina o femenina que caracterizase este momento histórico, no faltarían los tatuajes. En definitiva, el tatuaje ha dejado de ser lo novedoso para convertirse en lo común.
Sin embargo, todas las modas estéticas responden a la antropología predominante, esto es, a la idea que del ser humano se tiene en cada época. Por eso, me resulta difícil admitir que una práctica como la de tatuarse llegue a ser moda si, de alguna manera, no refuerza el paradigma antropológico en el que tiene lugar esa práctica. Se podría objetar que cada persona tiene unos motivos bien distintos para tatuarse y que no todos responden al mismo motivo. Sin embargo, no me interesa un caso particular, sino la tendencia general por la que tantos eligen el tatuaje como la forma de expresar lo que son o lo que sienten.
Y aquí viene mi tesis fuerte: la moda del tatuaje responde a una antropología dualista. Lo preocupante de esto es que la antropología dualista afirma que el cuerpo no es constitutivo de la persona, de manera que el yo auténtico sólo se corresponde con lo que se ha denominado alma, conciencia o mente.
Tal separación mente-cuerpo se aprecia perfectamente en otro fenómeno de plena actualidad como es el de la ideología de género, donde el sexo, asociado al cuerpo, se relega a un segundo plano para dar todo el peso de la identidad al género, esto es, a un elemento inmaterial, psíquico (del griego, psykhe, alma). La antropología actual podría resumirse en la siguiente frase: yo no soy mi cuerpo.
Así es que en una sociedad en la que el cuerpo ha dejado de tener significado personal, puede, y debe, ser resignificado con marcas a través de las cuales se indique lo que sentimos o quiénes somos: hermano, primo o marido de Fulanita; aficionado al fútbol; socio de tal o cual club; fan de este u otro estilo de música… Bien es cierto que, por lo general, los tatuajes tienen algún tipo de significado identitario, incluido los que son meramente estéticos.
En el fenómeno de los tatuajes aparece, además, un elemento significativo propio del dualismo: el cuerpo es violentado. Por ejemplo, los antiguos albigenses (herejía cristiana dualistas del siglo XII) prohibían cualquier placer corporal −también el matrimonio− y sometían el cuerpo a un riguroso ascetismo. Ahora, en cambio, el cuerpo es marcado con agujas exponiéndolo a posibles efectos negativos sobre la piel o la sangre. Y todo ello porque lo importante es que el cuerpo exprese el interior y, en esa medida, se adecúe a él.
Como vemos, la moda del tatuaje responde a la forma dualista de ver y valorar el cuerpo, a saber, negativamente. Se trata de una antropología que está muy lejos de la cristiana en la que el cuerpo es un personal. Tema que trataré en el próximo artículo.