Esta mañana me he despertado como muy consciente de lo afortunada que soy por tener los amigos que tengo.
El otro día un amigo mencionó un libro titulado “Como hacer amigos e influir sobre las personas” y lo cierto es que no lo he leído y no creo que vaya a hacerlo. Sin haberlo leído, desde mi desconocimiento y juzgando solo el título, ese hacer amigos me suena a ganar amigos. Y por mi corta experiencia en esto de la amistad (aunque sí puedo decir que me enorgullece tener algún amigo desde hace casi 26 años) me cuesta equiparar la conquista con la amistad.
De hecho, esa idea me recuerda un poco a lo que sugiere el capítulo “Nosedive” de Black Mirror donde la protagonista, como cualquiera de nosotros, tiene sed de ser mirada, aprobada y, en definitiva, querida. Y está dispuesta a todo con tal de tener esa aprobación por parte de las personas que la rodean. Cuando entramos en esa lógica, que es muy fácil entrar en ella, vivimos extremadamente condicionados, no elegimos libremente nuestras acciones ni pensamientos y esta nueva forma de interactuar, que creemos que nos valida, acaba por apagar nuestra esencia e instrumentalizar al otro. Me parece de lo más normal seguir esa dinámica ya que en el fondo somos seres afectivos y la validación de un otro nos reafirma en nuestra identidad. Sin embargo, en ese actuar no estamos pensando en la otra persona, únicamente existe el “yo” y la imagen que proyecto de mi “yo”. Es muy difícil compartir o establecer vínculos verdaderos si esa es la forma de relacionarnos. Es imposible establecer una relación de amistad de verdad así, desde una herida que nos grita que queremos ser amados a toda costa.
Por no perder el foco de lo que quiero decir, yo nunca he sido de tener un grupo de amigos o pandilla (más allá de las de verano) sencillamente porque no se me ha dado. Y porque, en cierto modo, siempre he preferido tener buenos amigos de tú a tú. De distancias cortas. Siempre he visto más atractivo ese conocer de verdad a quien tengo delante que tener un grupo donde se pueda dar que las relaciones sean algo más superfluas. De hecho, no soy yo muy fan de los regalos en grupo por eso mismo, creo que a veces rompen con la relación personal que tienes con alguien y ese regalo puede perder verdad (esto es un tema para otro día). Sin embargo, tampoco el conocer a alguien a fondo ha sido determinante para delimitar si era o no mi amigo. En verdad, he de decir que me ha costado tener buenos amigos en mi vida.
Me he ido dando cuenta con el tiempo que los amigos ni se hacen, ni se eligen, ni se ganan sino que de un modo muy orgánico surgen. Los amigos se encuentran. Como si esa amistad hubiese estado esperando a que llegara su momento y las almas de cada uno se hubieran estado preparando a lo largo de la vida para ese encuentro. Os diré que pienso que va más allá de la admiración o de reconocer el bien en el otro. Por eso creo que a un amigo lo reconoces fácil cuando surge en ti la pregunta: “¿Dónde has estado todo este tiempo?”
Desde hace un tiempo está en boca de muchos el concepto ‘persona vitamina’, pues bien, en mi caso jamás ha sido un “esta persona es vitamina, la quiero en mi vida, quiero ser su amiga”. Creo que en la amistad no se pasa un casting para ver quien encaja y va a enriquecer tu vida. Sé que ese tampoco ha sido el caso de mis amigos hacia mí porque probablemente no hubiese pasado ni un casting, de persona vitamina en muchas ocasiones tengo poco.
La amistad se da de una forma mucho más mágica diría yo, si se me permite ponerme un poco cursi. Por alguna razón extraña alguien decide elegirte y compartir contigo la vida aunque en muchas ocasiones probablemente ni siquiera le compenses. Reconoce que eres bueno pero no te elige por eso en sí, te elige por ti.
Muchas veces hablamos de que el amor es una decisión. La amistad, como relación afectiva, evidentemente también lo es. Solo que quizá esa decisión tiene algo menos de racional. De ser muy racional muchos amigos no se hubieran atrevido a sellar ese pacto de sangre imaginario conmigo, porque directamente no les compensa. Y, sin embargo, a pesar de mí me han elegido. Y yo a ellos. “Cuanto te quiero y que mal me caes ahora mismo”. Con muchos amigos ni siquiera compartimos ideales o formas de vivir y aunque es una relación de amistad diferente a la que tengo con amigos con quienes sí comparto ideales y estilo de vida es una amistad única que intento cuidar y custodiar con todo mi empeño.
Cuando me planteo qué es lo que yo les doy a mis amigos para que me quieran, veo de forma muy sincera que es un milagro que lo hagan. Pocas cosas les ofrezco en comparación con lo que yo recibo y, aún así, esto jamás ha ido de calcular o medir sino de ser leal.
Un amigo más que alguien que te valida, es quien apuesta por ti y dice, en cierto modo, me quedo contigo y desde aquí hasta la muerte pase lo que pase o hagas lo que hagas. Es como que apuesta por ti en tu esencia.
Lo cierto es que cuando San Agustín dice que la amistad es lo más parecido al Cielo que hay en la Tierra lo dice con todas las de la ley. Que alguien te elija y te siga eligiendo y siga queriendo acompañarte en tu vida a pesar de lo cafres, insoportables y limitados que podemos llegar a ser es una elección tan valiente y honorable como la que hace Dios cada día con nosotros. Saberte elegida por un amigo es casi casi como saberte amada por Dios, es un reflejo de su amor sin duda. Es poner tu corazón bajo custodia, tener un abrigo que guarda tu alma del frío y un otro con quien degustar la vida. Y es tener un corazón que custodiar, ser el abrigo que guarda un alma del frío y un otro con quien degustar la vida. La amistad es un encuentro con una persona limitada y frágil que me deja entrever el infinito al que aspiro.
A todos aquellos amigos que son mis amigos a pesar de mí: gracias por dejarme acompañarte, por acompañarme, por poder disfrutar de ti y por disfrutarme a mí contigo.
Así que aquí me encuentro, en una capilla en Madrid dando gracias por cada uno de los que Tú me has regalado y confiado.
Los que saben que aunque luche por organizarme y muchas veces logre se organizada en el fondo soy un desastre.
Los que saben que aunque ponga empeño casi siempre van a tener que esperarme porque me va a pasar algo que me va a hacer llegar tarde.
Los que saben que aunque me olvide de su cumpleaños a la que me acuerde me sentiré fatal y les haré un detallazo con todo mi corazón con el poco dinero que me quede.
Lo que saben que no les respondo por WhatsApp pero rezo por ellos todos los días y cuando les llamo les secuestro 2h.
Los que siguen escuchándome y dándome buenos consejos que quiero seguir aunque saben que probablemente haré lo contrario a lo que me digan, otra vez. Por cabezona.
Los que ya no se asustan cuando flipo por ver algo bonito.
Los que soportan que cambie el plan en el último minuto porque hay una abuelita que acabo de conocer que me necesita urgentemente.
Los que van a animarme a muerte la vez nº. 4562 que me ponga a dieta e incluso harán deporte conmigo aunque lo odien.
Los que escuchan con atención cuando les leo eso tan interesante de ese libro que me encanta y les interesa un pimiento.
Los que aguantan mi insistencia cuando me da por algo que me ha flipado y quiero que lo disfruten también.
Los que se ríen con mis chistes malos y toleran mi risa fácil.
Los que me abrazan cuando no quiero que me abracen porque saben que en verdad sí quiero que me abracen.
Los que están contentos con recibir mis postales de Navidad en febrero.
Los que me comparten atardeceres, o flores, o canciones, o lunas, o cielos bonitos, o textos sugerentes porque sí, porque se acuerdan de mí con estas cosas y saben que me encantan.
Los que me cantan las cuarenta cuando me equivoco porque me quieren y quieren lo mejor para mí.
Los que pueden estar conmigo sin hacer nada y están felices sin ni siquiera hablar.
Los que son casa. Y para quienes soy casa yo.
Gracias por cada uno. Te los cuido, Jesús.
Y sí, este es el Mar de Galilea donde Jesús pasó mucho tiempo con sus amigos, a quienes eligió a pesar de ellos porque eran ellos.
Carla Restoy en El mar son gotas