¡Papá, papá, papá! No sabes lo que me pasó el otro día mientras daba catequesis: conocí a una niña igualita a mí cuando yo tenía 7 años; cabezota-cabezota, incansable en sus miles de preguntas, quería tenerlo todo organizado y racionalizado, y buscaba respuestas claras, concretas y concisas. Te suena de algo, ¿no? ¡Yo era igual! Vale sí… lo sigo siendo.
Pero bueno, te voy a contar la conversación que tuvimos porque aunque fuera una niña, pequeña cuadriculada y tozuda, a veces tengo este tipo de conversaciones con personas de 20 años, por lo que no era tontería lo que preguntaba.
Todo empezó con la siguiente pregunta: “Marta, ¿Qué es rezar? ¿Cómo se hace?”. “Pues rezar es mantener un diálogo con Dios”, le respondí yo. “Pero, no puede ser, rezar tiene que ser algo más formal, más serio, un poquito más complicado” me replicaba. “Para nada” le decía yo, “nada tiene de formal ni de serio, es tu propio Padre con el que hablas, ¿te parecen muy serias las conversaciones que tienes en casa con tu familia?”, le preguntaba yo. ”Pero Marta, es distinto, mi padre es mi padre, hablamos de cualquier tontería y además él me contesta y le puedo escuchar, a Dios no le oigo, no me dice nada”.
Como puedes ver, papá, estas son preguntas que todos nos hemos hecho y que nos hacemos con 7, 27, 57 y 87 años. Nos cuesta entender la dinámica de la oración, pero ¿por qué?. Pues porque no existe una dinámica concreta establecida, no existe una fórmula mágica que siguiéndola te vaya a salir una oración perfecta y, si te desvías, no será oración sino un intento de. De lo sencillo que has querido hacernos el poder acercarnos a Ti, el hablar contigo… nos parece complicado. Y sí, puede que sea complicado, pero no por lo que solemos creernos, no porque tengamos que decir palabras de un alto nivel intelectual, escribir una redacción perfecta acompañada de un esquema, o prepararnos como si fuéramos a hacer una exposición delante del sagrario; sino porque tenemos que aprender a hacer dos cosas que nos cuestan. Por un lado, escucharte. Y por otro, abrirnos y contarte lo que hay verdaderamente en nuestro corazón.
Nos parece complicado hacer oración porque nos preguntamos qué tenemos que hacer, qué tenemos que decir, dónde tenemos que ir… ponemos demasiado énfasis en el hacer, en el decir, en el actuar nuestro. Pero es que la verdadera oración no es hacer, sino dejarse hacer y dejarse querer mientras le expresamos que le queremos. Es dialogar con Dios pero no con el fin de soltar un rollo e irnos, sino que el fin debería ser dejar que las cosas que hay en nuestro corazón descansen en las manos de Dios, y escuchar pacientes lo que Él tenga que decirnos sobre aquello, o sobre cualquier otra cosa que nos quiera sugerir. No -solo- deberíamos rezar hasta que Dios nos escuche, sino hasta que nosotros le escuchemos a Él.
“Vale Marta, todo esto lo entiendo. Sé que lo importante es que me abra y me pare a escuchar. Sé que tengo que hacer menos y dejarme hacer más. Sé que tengo que abrir mi corazón a sus palabras para aprender a querer su voluntad y no la mía. Pero es que NO LE OIGO. ¿Qué hago?” Me contestaba la pequeña a todo esto.
Pues verás, tienes que buscar aquellas cosas que toquen tu corazón, aquellas en las que te sea más fácil encontrarte con Dios. Busca esos lugares que te acercan a Él, esos momentos en los que estés más receptiva, esas prácticas a través de las cuales le oigas. Puede ser la Santa Misa, las meditaciones, la adoración eucarística, la dirección espiritual, la oración personal o colectiva, puede ser incluso algún medio de formación.
Pero también puede ser un voluntariado, ayudar a los que tienes cerca o dar catequesis. Puede ser que le escuches a través de la naturaleza, admirando la obra de su creación. Puede ser que lo sientas en un atardecer, en la calma del mar o en el vuelo de los pájaros. A lo mejor es en las palabras de otras personas (libros, pódcasts, canciones, conversaciones…) donde escuchas a Dios hablándote a ti, o quizás sea en el silencio.
No lo sé. Es tarea tuya averiguar cómo conseguir ese primer encuentro, o quizá reencuentro, con la voz de Dios. Las posibilidades son infinitas porque infinitos son los puentes que Dios nos tiende a cada uno con la esperanza de que los crucemos para encontrarnos con Él. Explóralos todos hasta encontrarle.
Y no te desesperes si donde al principio lo escuchabas alto y claro, en un momento dejas de hacerlo. A lo mejor flojea el diálogo que siempre tenías con Dios durante la oración personal y sea porque ahora Él quiera que lo busques también en la dirección espiritual. O a lo mejor esa música y esas adoraciones con las que hacías oración se te quedan cortas y sientes que necesitas, además, un poco de silencio y de intimidad con Cristo. Lo que tienes que hacer entonces, sin abandonar lo que hacías -porque el Amor es constancia aun cuando no sientas-, es buscar a Dios en otras prácticas o lugares. Intento tras intento, incansablemente y repitiéndole que quieres escuchar su voz y que estás procurando ponerte a tiro para que al mínimo susurro, tus oídos lo escuchen.
Si no nos cansamos de buscar una novia o un novio, si no nos cansamos de buscar métodos efectivos de estudio o maneras de crecer profesionalmente, ¿por qué a veces nos cansamos y desistimos cuando perdemos la conexión con Dios? ¿Por qué entonces decimos “Es que no me habla” en vez de ponernos a buscarle como aquel matrimonio que busca formas de volver a enamorarse cuando la rutina les ha quitado esa ilusión? ¿No crees que merece la vida, darla por encontrarle?
“Entonces, ¿tengo que buscar con cuál de estas posibilidades escucho a Dios?” Me preguntaba.
Sí y no. Como ya te he dicho, no consiste en encontrar la llave maestra y, con eso, ya queda terminada tu tarea. Seguramente necesites muchas de ellas e irán cambiando tus necesidades de acudir a unas y otras a lo largo de tu vida. Lo importante es que le eches imaginación a la búsqueda, porque esa búsqueda es síntoma de Fe y Amor, y el Amor tiene que ser creativo para mantenerse vivo, para encontrar soluciones, para no ser aburrido. Ama a Dios, y hazlo de tantas formas como sepas y se te ocurran, y lo irás encontrando, y lo irás escuchando.
Pero te digo más, ¿recuerdas que al principio de nuestra conversación te dije que la oración es diálogo?. “Sí” me contestó la pequeña. Pues vives un poco del Cielo en la tierra cuando ese diálogo no dura unos minutos en la Misa, en el voluntariado, o en la oración; sino que dura las 24 horas del día, todos los días de tu vida.
“Pero Marta…” intentó replicarme. “Lo sé pequeña, no lo entiendes, pero cuando le escuches no querrás dejar de hacerlo y lo buscarás en todas las personas, momentos y actividades de tu día. Pasarás de buscar vías que abran tus oídos, a buscar maneras de mantener un constante diálogo interno con Él. Querrás que todo te acerque a Él, y pondrás todo en sus manos para que te vaya moldeando el corazón con todo lo que hagas”.
Y recuerda: “Cuando reces, no uses muchas palabras. Estate en mi presencia que yo te transformaré”. Quédate con que muchas veces bastará con estar a su lado queriéndole y dejándote querer; muchas veces solo es cuestión de ir a verle al sagrario o asistir a Misa, aunque no se te ocurra qué decirle o estes agotada. Muchas veces, basta con estar, y eso, también es rezar.