Tengo un amigo que a las 2 del mediodía, caiga quien caiga, llama a su mujer. No es una llamada larga, apenas -en ocasiones- llega a los 5 minutos, pero no falla ningún día. En cierta ocasión le pregunte ¿Qué le dices? Hoy, me contestó, sólo le he preguntado como lleva el día.
Me parece que Dios también espera esa llamada nuestra. Muchas veces será, como mi amigo, para preguntar que tal va la jornada y otras, como también le ocurre a él, para hablar de cosas de mayor relevancia. El secreto, como también me dijo en otra ocasión, es que ella no perciba que he caído en la monotonía.
Pero, también le pregunte, ¿Cómo vences la rutina? La respuesta fue muy sincera: unos minutos antes de llamar pienso que quiero decirle y cómo decírselo, de ese modo rompo con el peligro de llamar por llamar; tengo que lograr que la llamada de hoy no sea como la de ayer.
No sé si te servirán los consejos de este buen amigo mío, pero a mi me han ayudado y no sólo para hablar con Dios, sino también con los demás.