Por Yolanda Pérez
Cuando dicen “LOURDES” inmediatamente se te viene a la mente la palabra SERVICIO, pero lo que no se te pasa por la mente, en absoluto, es la palabra FELICIDAD extrema.
En eso resumiría yo Lourdes: servicio lleno de felicidad. Una felicidad desbordante y contagiosa. Lourdes es servicio, pero ante todo son sonrisas, historias llenas de regalos de Dios, milagros vivos y alguna que otra lágrima al escuchar testimonios. Testimonios que son un aprendizaje viviente de que sí, Dios existe y hace milagros en todas y cada una de esas personas a las que acompañamos durante esos preciosos días. Pero ante todo, es aprendizaje de que en tantas ocasiones nos quejamos por cosas que, en realidad, no son nada importantes.
A pesar de la Fe de cada uno, cuando llegas a ese pequeño pueblo que parece de otro mundo, todos nos desvivimos por ayudar, de forma generosa y desinteresada, a todas esas personas que lo necesitan, con un mismo objetivo: hacerles un poquito más feliz y acercarles a Ella, a mamá María, con el fin que puedan cumplir todos sus deseos.
Una experiencia que te ayuda a valorar, aún más, un amanecer bonito, una luna en plena luz del día, unas risas en un banco frente la Groute o el siempre silencio en medio de un mundo tan ajetreado.
Valoras el poder reírte, bailar, llorar, hacer silencio, escuchar y acompañar… cosas tal vez ordinarias para nosotros pero que muchas de las personas a las que acompañamos no podían hacer. A cambio, nos enseñaron cómo disfrutar al máximo de todo lo que sí podían hacer: porque ver la vida desde sus ojos es un golpe de realidad muy grande.
Personas llenas de luz con unas ganas inmensas de vivir a pesar de todas las dificultades que puedan atravesar. Porque cuando dejas todo en manos de Dios y de María, nada parece complicado. Y es que Dios cubre todas las necesidades y la mayor necesidad es la del amor. Y creo que todos los voluntarios hemos recibido más amor del que hemos podido dar.
Lourdes te abre los ojos, pero si vas con el corazón abierto, te cambia la vida. Lourdes te hace darte cuenta de que nuestra Cruz no es de madera, sino de pequeñas cosas que nos acompañan día a día, y que cuando lo compartes, se hace todo más llevadero.