Cuando estás despistado de las cosas de Dios te crees que todo es logro tuyo, pero cuando vuelves la mirada a Cristo descubres que lo que es genuinamente tuyo son tus pecados. El resto sabes que ha sido posible por la intervención divina y como mucho por no estorbar su trabajo. A veces -como es mi caso- incluso estorbando, Dios hace trabajos maravillosos.
Reconocer que todo lo bueno que eres capaz de sacar adelante es por obra y gracia de Dios es de justicia.
En muchas ocasiones, cuando me sale un artículo bueno, o escribo un tweet emotivo o ingenioso, o parece que soy una valiente por «apuntarme a un bombardeo» estando paralizada de cuello para abajo, recibo halagos, que mentiría si digo que no me gustan. Pero no pocas veces digo lo que un sacerdote amigo me dijo que dijera para luchar contra la vanidad: «bendito sea Dios porque todo es obra Suya».
Desde entonces lo pongo en práctica porque creo que es rigurosamente cierto.
Pero me he dado cuenta que a veces suena a falsa modestia porque no todo el mundo tiene porqué conocer qué hay detrás de esa frase. Me da lo mismo si creen que lo es, porque será oportunidad de crecer en humildad, por lo que no habría nada que explicar, pero ya que he empezado el artículo lo voy a terminar, que no está bien dejar las cosas a medias y sobretodo porque me parece que esto puede ayudar.
El asunto es que realmente todo es obra Suya, porque los dones que tengo me han sido dados y el usarlos bien no me merece mérito alguno. Simplemente podré decir: «hice lo que tenía que hacer» (cf. Lc 17, 10b).
Ahora bien, todos esos halagos y cariño que recibo, al día siguiente, los ofrezco en el Altar de la Misa a quien es su legítimo dueño.
Este momento de las ofrendas es para mí muy intenso, me siento un poco como María presentando a Jesús en el templo; yo también llevo mis dones y regalos recibidos a quien le pertenecen. Y, como en el cuarto misterio gozoso del Rosario: «la presentación de Jesús en el templo y la purificación de María», de alguna manera me purifico, me voy purificando, porque a Ella no le hacía falta en verdad, pero a mí muchísimo.