No fue la primera ni la última vez que me pasó algo así. Sin embargo, fue la que más me impactó.
Estábamos en el mes de marzo del 2014. Ese año había comenzado con una noticia que había impactado a todo nuestro Movimiento: le habían detectado un tumor cerebral a un joven de los nuestros. Y había llegado el momento de la compleja operación. Dolor e incertidumbre junto a la fe y la esperanza y al acompañamiento de toda su familia y de toda la obra de Fasta, hicieron que el joven de 20 años encarara como un guerrero aquella intervención. El 20 de marzo entra el Quirófano en la Fundación Fleni de Buenos Aires. Horas que se hicieron eternas, en la que se pudo acompañar con una constante oración. Recuerdo las primeras noticias: la operación había salido bien pero había que esperar aún para poder tranquilizarnos. Las siguientes horas y días eran claves para su recuperación.
En ese contexto me acerco con otro sacerdote, el p. Jorge, a acompañar a su familia y ver si sería posible pasar a darle la Unción de los Enfermos y rezar junto a él. Es cierto que ya la había recibido antes, pero…si se le podía dar luego de la operación, sería de gran ayuda. Estaba decidido a hacer el intento de pasar a la terapia dónde se encontraba. Así es que nos acercamos a sus padres, Cecilia y Alejandro y le preguntamos si podíamos pasar y en qué piso estaba. Nos dijeron que hagamos el intento y que él se encontraba en el piso número 8. Y hacia allí fuimos. Al bajarnos del ascensor nos llamó la atención que no era el piso de la terapia sino el de las habitaciones, pero, ahí debía estar, ya que los padres nos lo habían dicho.
Preguntamos a los enfermeros y nos dicen que allí no había ningún joven recientementee operado. Ante mi insistencia de que tenía que estar por allí, comienzan a preguntarse entre ellos y efectivamente…tenían razón…¡no estaba en ese piso internado! Recuerdo que nos miramos con el padre Jorge y sin entender nada, empezamos a caminar de vuelta hacia el ascensor.
Estábamos por llegar y comenzamos a escuchar a una señora que venía por el pasillo a los gritos: “padres, padres…no se vayan” Nos damos vuelta y nos encontramos con una señora de mediana edad que con lágrimas en los ojos nos rogó que pasemos a darle los sacramentos a su esposo que se estaba muriendo. Y así fue, recuerdo que entro, le doy la Unción de los enfermos y la indulgencia plenaria, rezamos un rato junto con su esposa, quien no podía creer que nos había encontrado en ese momento. Su esposo, según los nos dijeron los enfermeros, no pasaría esa noche.
Bajamos conmovidos por lo que nos había pasado y al encontrarnos nuevamente con los padres del joven les decimos que no lo habíamos encontrado en el octavo piso. Y ellos nos dicen que no lo íbamos a encontrar allí ya que estaba en la terapia del primer piso. Entonces les preguntamos por qué nos habían dicho otro piso y ellos nos aseguraron que nos habían dado la indicación correcta. Lo cual seguramente haya sido así…no podían no saber dónde estaba su hijo.
Nos volvimos a mirar con el padre Jorge y comentamos que los dos habíamos escuchado que nos mandaron al octavo piso. Los dos habíamos escuchado mal. Yendo, ahora sí, al piso correcto nos empezamos a reír. Habíamos comprendido lo que había pasado: “alguien” o “algo” nos hizo escuchar mal para que vayamos a darle la Unción a aquel moribundo del octavo piso.
Al llegar a la cama del joven en el primer piso, le damos la Unción y en aquel momento abre por primera vez los ojos. Fue sin lugar a dudas un detalle del Señor, ya que por su intermedio y gracias a la confusión que la Providencia de Dios había generado…alguien pasó de este mundo a la eternidad con el alma limpia por la Unción y la indulgencia plenaria recibida en aquel octavo piso.
P. Juan Lisandro Scarabino, Fasta