Por Jaime Nubiola
Agradezco de todo corazón la invitación de «Jóvenes católicos» para colaborar mensualmente con un texto mío en su hermosa web. Como homenaje a santa Teresa de Ávila, patrona de los escritores en lengua española, me propongo enviar un artículo mío no muy extenso (300-400 palabras) el día 15 de cada mes.
Ya no soy joven desde un punto de vista cronológico, pues estoy al borde de los 70 años, pero en los últimos 45 años de profesor universitario he estado siempre rodeado de jóvenes, procurando aprender de ellos, de sus preguntas e inquietudes.
En esta primera colaboración mía, de carácter más bien programático, solo quiero decir dos cosas. La primera es que no podemos cansarnos de pensar nuestra fe. «Lo que quiero es comprender», decía la filósofa Hannah Arendt: lo mismo queremos nosotros. Cuando veo a tantas personas, jóvenes o mayores, que abandonan la práctica cristiana, siempre pienso que quizá sea, al menos en parte, porque no hemos sido capaces de presentarles nuestra fe de una manera inteligible y atractiva. Por eso hemos de pensar más qué podemos hacer para que descubran con su cabeza y su corazón la maravilla de ser cristiano.
La segunda idea, en parte dependiente de esta primera, es la del amor a la libertad. La experiencia humana es plural y es bueno que así sea. Los cristianos defendemos vitalmente un pluralismo razonable. Esto entraña también un enorme respeto a quienes piensan de manera diferente de nosotros; más aún, es muy importante que estemos personalmente convencidos de que podemos aprender mucho de los demás: no somos mejores que nadie.