En la última semana se me ha estropeado un poco un lado del cuerpo. Nada grave. Pequeñas molestias. Primero, me quedó un persistente dolor en la rodilla después de una excursión; al día siguiente me lesioné el abductor jugando a padel y el mismo día me salió un orzuelo. Todo en el mismo lado. Como estamos en precampaña electoral, para no dar pábulo a interpretaciones en clave política, no diré qué lado.
Después de sesenta y un años con él, conocía bien a mi cuerpo, pero me ha vuelto a sorprender. El lado sano ha reaccionado con una entrega y una generosidad envidiables.
La pierna sana ha tenido que hacer un sobresfuerzo, como, entre otras cosas, dar siempre la primera pedalada para que arrancara la bici porque la rodilla y el abductor de la pierna lesionada impedían ese impulso inicial. Una vez se activaba la batería, ya podían colaborar, pero con menos fuerza que la sana.
El ojo del orzuelo también sufría yendo en bici, pues el aire y las partículas flotantes que sobrevuelan la ciudad de Barcelona parecían pequeños latigazos e irritaban la zona afectada, así que, por momentos, circulaba guiñando el ojo malo y confiando toda la visión al ojo sano.
Tengo la profunda convicción de que ni la pierna ni el ojo sanos harán comparaciones ni se quejarán por el esfuerzo extra de estos días. Y tampoco reivindicarán que los miembros necesitados compensen el esfuerzo realizado trabajando más la semana que viene, o cuando se recuperen.
Cuando se dice que el hombre y la mujer se transforman en una sola carne después de comprometerse a amarse para siempre, se quiere expresar algo parecido a lo que le ha sucedido a mi cuerpo. El matrimonio no consiste en un do ut des: tú pones dos lavadoras porque yo he puesto tres lavaplatos. Hay que buscar el equilibrio, desde luego, pero no a fuerza de contar, sino a fuerza de dar… los dos todo lo que son, cada uno hasta donde es capaz en cada momento. No es una suma sino una unión.
Todo esto andaba yo cavilando con la intención de desarrollarlo en un post cuando este viernes pasado cogí el avión rumbo a Lisboa para participar en unas sesiones organizadas por Cenofa, el Centro de Orientación Familiar de la IFFD en Portugal, donde pude confirmar mi teoría con un inesperado testimonio.
Julie es una joven madre de familia numerosa que, en su último parto, hace ahora nueve meses, sufrió una lesión derivada de la epidural que la dejó parapléjica, sin movimiento ni control alguno de cintura para abajo. Con seis hijos de edades comprendidas entre un día y nueve años, Daniel, su marido, tuvo que hacer de tripas corazón y enfrentarse a una situación tremendamente difícil e inesperada. Y ahí estaban los dos, dando su testimonio de cómo superar en el matrimonio una crisis grave que iba a afectar a su relación intima y a toda la dinámica familiar en el momento especialmente sensible del postparto.
Han sido nueve meses duros en que cada uno ha puesto lo que podía: Daniel, sus manos, sus brazos, sus piernas, su cabeza y todo su corazón. Julie, su sonrisa, su esperanza, la fuerza de su espíritu, su vulnerabilidad física y la confianza ciega en su marido y en sus hijos. El sábado, Loles y yo les conocimos, y comprendí a medida que hablaban el profundo significado de ser una sola carne en el matrimonio.
En sus ojos se podía adivinar la dureza de la situación que habían tenido que afrontar, pero en su mirada no había reproche ni resentimiento. Lo que les sorprendía era que João, el presidente de Cenofa, les hubiera pedido dar su testimonio. No eran conscientes de haber hecho nada especial. Ni Daniel alardeó de cómo se había tenido que multiplicar en esa situación ni Julie pronunció palabra alguna de queja. Cada uno había puesto en juego lo mejor y habían salido reforzados de la crisis. Gracias a Dios, Julie estaba recuperando poco a poco el movimiento y podía ya caminar con la ayuda de un bastón, a la espera de la recuperación total.
En fin, una experiencia y un testimonio más en este maravilloso mundo de la orientación familiar, que quería compartir y que pudimos vivir gracias a la invitación de Cenofa (www.cenofa.pt) y a esta formidable tarea de compartir con otras familias nuestra aspiración a querernos más cada día a pesar de nuestras limitaciones, que son muchas…, ¡pero siempre compartidas y vividas en el mejor lugar del mundo para vivirlas: el matrimonio!