El cirujano por Harvard, Mario Alonso Puig, explicaba en una conferencia la importancia de la educación. Cuenta que cuando ejercía la medicina solían decirle que su profesión era la más importante del mundo. Él respondía que no, que era la educación. Y argumentaba que con la cirugía podía cambiar un hecho puntual, como extirpar un tumor; pero con la educación podía transformar una vida. La figura del profesor adquiría gran importancia, porque si además actúa como maestro, ofrece las claves para la vida.
El maestro es una persona que te acompaña en tu andadura vital; muchas personas han cambiado sus vidas porque alguien les aconsejó con acierto. Esos maestros existen en la enseñanza pública, concertada y de iniciativa privada. Por eso, no tiene sentido enfrentar estos tres modelos de educación, salvo planteamientos ideológicos ajenos a la libertad de enseñanza.
En la Alemania nacionalsocialista o en los países comunistas la enseñanza constituía una herramienta para el adoctrinamiento. Pero no hay que irse tan lejos en el tiempo, porque estamos asistiendo a una orquestada campaña mundial para transformar la sociedad; ésta constituye un laboratorio de ingeniería social del marxismo cultural.
El estatalismo globalista choca con el derecho que asiste a los padres (no al Estado) para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones. Y como las creencias son diversas, parece razonable y respetable diferentes opciones educativas, eliminando cualquier tentación de pensamiento único.
El Nuevo Orden Mundial pretende implantar una nueva religión en contra de la naturaleza humana (deconstrucción): la ideología de género, el aborto, la dictadura del relativismo homosexual, la transexualidad o las guías de promiscuidad sexual para adolescentes. Desde la ONU, con implicación a nivel mundial, se ha diseñado de forma estratégica la Agenda 2030 (antes fue la Conferencia de la Mujer en Pekín o los Principios de Yogyakarta), con el apoyo multimillonario de las “big tech” integradas en el acrónimo GAFAM (Google, Apple, Facebook y Amazon y Microsoft).
Traigo a colación la educación a raíz de un artículo de la semana pasada (“Maricones y gente de mal vivir”) de un columnista, al que vaya por delante mi sincero aprecio, pues coincidimos como colaboradores en varios medios de comunicación. Sin embargo, no puedo estar en mayor desacuerdo respecto a su planteamiento ideológico y las desaforadas descalificaciones que intento rebatir.
Se ceba con una crítica irónica, reincidente, a raíz de la decisión opinable adoptada por un colegio que califica de exquisito, con motivo de una obra musical. Al parecer, en el intermedio de la actividad extraescolar los profesores de ese colegio adoptaron la enérgica decisión de llevarse a sus alumnos, porque uno de los protagonistas de la comedia hacía apología de la homosexualidad. Los responsables del colegio se vieron sorprendidos con este contenido imprevisto, y actuaron conforme a su ideario.
Este inusual gesto, en mi opinión, les quedará grabado a los alumnos. Supongo que los profesores habrán aprovechado para hacer pedagogía con los alumnos y explicarles el respeto a las personas homosexuales sin discriminarlas, y aclarar que “los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados” (cfr. CIC 2357).
La impresión es que mi dilecto columnista se ha excedido en el fondo y la forma por sus desproporcionadas críticas “ad hominen”, lo que le resta cualquier posibilidad de análisis constructivo. Se erige en el oráculo de Delfos ante un millar de padres a los que afea elegir un “colegio obsoleto”, “rancio en ideología”, “con recalcitrante ideario” (claro, estos padres desean lo peor para sus hijos); por “adoctrinar a sus vástagos” (para neutralidad educativa en los IES); “que segregan por sexos” (opción que abandera la feminista Hillary Clinton); de “pijos-fachas”, “con reglas intolerantes” (por eso la autora de la LOMLOE-Celaá y muchos políticos llevan allí a sus retoños); insertos en una “burbuja de cristal ideológica” (incomparable con la ideología “woke”); “postreros reductos espirituales de Occidente”, que se creen con la “fe verdadera de los elegidos” (imparten formación doctrinal religiosa digna de envidia); con “vestimenta de faldas de cuadros y pantalón azul” (la urbanidad y el buen gusto también molesta); “de alto nivel adquisitivo” (argumento miserable por el desconocimiento del heroísmo y sacrificio económico de muchas familias); “que ignoran que el mal se ha extendido” (se comprueba en el artículo de marras)… Como diría Aristóteles: “Platón es mi amigo, pero más amigo es la verdad”.