Una de las cosas que más sorprenden en Rusia son las bodas.
Parece -con todos mis respetos- que reina la ley del más hortera.
Una cosa que no puede faltar es la limusina. Limusinas de estas grandes, donde caben diez o doce personas. Y allí van los novios y sus amigos. De la iglesia a las fotos y de las fotos al restaurante… con la música a tope y bebiendo champán de la botella.
Otra cosa que nunca falla son los lazos, globos y corazones. Guirnaldas de flores sobre la limusina que se entrecruzan y sobre la intersección dos anillos de goma-espuma entrelazados.
Hay corazones hechos con globos de los colores de la bandera nacional… o simplemente globos en forma de corazones.
Los corazones -en las bodas, las fotos o los Whatsapp- pueden parecernos a veces cursis… u horteras…
En nuestra sociedad racional, el corazón ha sufrido una deflación.
El corazón puede parecer algo cursi, algo que no es serio, algo banal.
Y no digamos en el mundo de la filosofía y de la teología; de la vida espiritual… el corazón no cuenta.
Decía Von Hildebrand: “La esfera afectiva, y con ella el corazón, ha estado excluida del reino del espíritu. Verdad es que encontramos en Fedón de Platón las palabras: “La locura del amor es la mayor de las bendiciones del cielo”, pero cuando se trata de una clasificación sistemática de la potencia del hombre, el mismo Platón no sueña siquiera en conceder al corazón un rango comparable al del entendimiento.
Pero es sobre todo en el papel asignado a la esfera afectiva y al corazón en la filosofía de Aristóteles donde se evidencia el destierro dictado contra ese corazón y cuanto le rodea. (…) Según Aristóteles, el entendimiento y la voluntad pertenecen a la parte racional del hombre; el campo afectivo y con él el corazón corresponde en cambio a la parte irracional del mismo, es decir, al área de experiencia que ese hombre comparte supuestamente con los animales” [1].
Y de hecho, solo hace algunos años, alguna década, comenzó a subrayarse en la formación espiritual la importancia del corazón.
Había petado el corazón de demasiada gente.
Como dice Rojas: “El ser humano se siente fuerte cuando controla y tiene la razón. La mente manda. La mente ordena. La mente controla. Seguimos las directrices de la razón, respondemos a las cuestiones únicamente desde lo cognitivo. En los últimos años la razón se ha convertido en una tirana…” [2].
Y von Hildebrand sentencia: “El corazón, de hecho, no ha tenido un lugar propio en la filosofía. Mientras que el entendimiento y la voluntad han sido objeto de análisis e investigación, el fenómeno del corazón ha sido repetidamente postergado. Y siempre que se le ha analizado nunca se le ha considerado al mismo nivel que el intelecto o la voluntad. Este nivel haría justicia a la importancia genuina y al rango de este centro del alma humana, pero invariablemente se ha colocado a la inteligencia y a la voluntad en un lugar mucho más alto que el corazón” [3].
Quizás en nuestra lucha por la santidad, tampoco hemos prestado demasiada atención al corazón.
Pero a pesar de todo esto. A pesar de la historia de la filosofía y de la teología, todos los años celebramos la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús.
No la fiesta de la Eminentísima Razón de Jesús, la Clarísima Inteligencia de Jesús, o la Fortísima Voluntad de Jesús… sino del Sacratísimo corazón de Jesús.
“El hecho de que sea precisamente el corazón de Jesús y no su entendimiento ni su voluntad el objeto de una devoción específica, ¿no debería llevamos a una comprensión más profunda de la naturaleza del corazón y, por consiguiente, a una revisión de la actitud hacia la esfera afectiva?” [4].
¿Qué celebramos es esta fiesta? ¿Qué es el corazón de una persona humana?; ¿qué es el corazón de Jesús?
El corazón no sólo son los sentimientos, pero también son los sentimientos.
Una persona que no responda afectivamente no es una persona completa; tiene un problema de corazón.
Pero corazón no solo es el sentir; el corazón es el motor, lo que da la fuerza, el entusiasmo, la ilusión para actuar.
El corazón se compadece, vibra con los demás, responde al amor.
Por eso San Josemaría afirmaba: “Cuando hablamos de corazón humano no nos referimos sólo a los sentimientos, aludimos a toda la persona que quiere, que ama y trata a los demás. Y, en el modo de expresarse los hombres, que han recogido las Sagradas Escrituras para que podamos entender así las cosas divinas, el corazón es considerado como el resumen y la fuente, la expresión y el fondo último de los pensamientos, de las palabras, de las acciones. Un hombre vale lo que vale su corazón, podemos decir con lenguaje nuestro” [5].
El corazón es el centro de la persona. Por eso es tan importante… a pesar de lo olvidado que ha sido durante la historia.
Todo esto nos hace entender mejor por qué la forma cómo respondemos a las alegrías o las tristezas, o la última palabra en nuestra vida, no la tiene sólo la inteligencia o la voluntad.
“Debemos antes bien –dice von Hildebrand- aceptar el hecho que nos impone la misma realidad, a saber: que, en muchos campos, el corazón es más el propio yo que la voluntad. Se nos impone calar más hondo en nuestro análisis del hombre, si queremos comprender esta aparente anomalía” [6].
Para la filosofía clásica, la felicidad es el más alto bien; lo que mueve al hombre. Todo lo que hacemos, busca en última instancia la felicidad.
Sin embargo, la felicidad no es objeto de la razón, ni de la voluntad. No nos interesa una felicidad sólo pensada, o sólo querida. La felicidad que nos interesa es la felicidad sentida; y eso al fin y al cabo, es un sentimiento del corazón [7].
Cuando hablamos de corazón –del Corazón de Jesús- estamos hablando de “humanidad plena, con el espesor de la emotividad, en armonía con todas las facultades” [8].
Humanidad como la de Cristo: perfecta; con corazón.
“Si pensásemos, como algunos, que conservar un corazón limpio, digno de Dios, significa no mezclarlo, no contaminarlo con afectos humanos, entonces el resultado lógico sería hacernos insensibles ante el dolor de los demás. Seríamos capaces sólo de una caridad oficial, seca y sin alma, no de la verdadera caridad de Jesucristo, que es cariño, calor humano” [9].
Una santidad sin sentimientos, sin compasión, sin agradecimiento, sin emoción, una santidad aséptica, de laboratorio; dibujada con tiralinias, sin sobresaltos…, no tiene nada que ver con Cristo. Con el hombre perfecto.
“Si nos empeñamos en concebir al hombre como un ser compuesto únicamente por razón y voluntad, innumerables pasajes de la Escritura y de la liturgia quedarán totalmente vacíos de significado”; y en concreto la fiesta de hoy es un sinsentido o una cursilada.
Pero no. Hoy Tú, Señor, nos muestras un corazón de fuego, que sufre, que no es indiferente al amor… un Dios que siente.
Hoy nos asomamos al corazón de Dios. ¡Qué belleza!
Hoy se nos propone la santidad del corazón; una santidad que más que en una lucha titánica de la voluntad, es -como nos apunta San Pablo- tener los mismos sentimientos de Cristo (Flp 2, 11).
Entrar por la llaga del Corazón de Jesús, y empezar a ver las cosas con la perspectiva de su Corazón.
¿Cómo ve esto el corazón de Jesús?
¿Cómo siente esto el corazón de Jesús? ¿Le gusta esto, le hace sufrir? ¿Esto alegra el corazón de Cristo, le da paz al Corazón de Cristo, lo alivia?
Y en esto consiste la Santidad, en connaturalidad con este Corazón que hoy contemplamos arder.
En ocasiones se nos presenta el ideal de santidad, de identificación con Cristo como: «Obrar en toda situación de la misma manera que Cristo lo habría hecho… Pero ésta es una falsa formulación de la imitación de Cristo. Porque el Dios-Hombre Jesús, que dijo: Me ha sido dada toda potestad en el cielo y en la tierra, actuó y actuaría en muchas situaciones de una manera tal que el tratar de imitarla constituiría un blasfemo ensalzamiento de nosotros mismos (…).
La imitación de Cristo debería expresarse más bien con las palabras: Fac cor nostrum secundum cor tuum, Jesús, hazme un corazón a la medida del tuyo; esta es la súplica que nos lleva a la verdadera imitación de Cristo” [10].
Jesús, en esta fiesta me muestras un camino mucho más fácil para la santidad. No actuar como tu actuaste, yo nunca podría hacer lo que hiciste. No entender lo que tu entiendes, yo nunca tendré tus entendederas. Simplemente se trata de sentir lo que siente tu corazón: Fac cor nostrum secundum cor tuum.
Ayúdame a contemplar tu corazón, ayúdame a entrar en tu corazón, ayúdame a aprender de tu corazón, ayúdame a sentir con tu Corazón.
Hoy Te pedimos este don.
Un don que diste de manera extraordinaria a tu Madre. Por el corazón de María no solo fluye la misma sangre, sino las mismas ilusiones, preocupaciones y sentimientos. Tan es así, que la piedad popular no ha osado separarlos en las representaciones; y la liturgia, en la fiesta del Corazón de Jesús y María, los ha juntado para siempre.
Enrique Bonet
[1] Von Hildrebarnd, El corazón. Un análisis de la afectividad humana y divina.
[2] Marian Rojas, Como hacer que te pasen cosas buenas.
[3] Von Hildrebarnd, El corazón. Un análisis de la afectividad humana y divina.
[4] Ibid.
[5] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 164.
[6] Von Hildrebarnd, El corazón. Un análisis de la afectividad humana y divina.
[7] “Este bajo lugar reservado a la afectividad en la filosofía de Aristóteles resulta tanto más sorprendente cuanto que él mismo declara que la felicidad representa el más alto bien, el único en razón del cual deseamos cualquier otro. Ahora bien, es evidente que la felicidad entra en la esfera afectiva —sea cual fuere su fuente e independientemente de su naturaleza específica—, ya que la única manera de experimentar la felicidad es sentirla. Y esto sigue siendo verdad aun cuando Aristóteles tuviera razón al sostener que la felicidad consiste en la actualización de lo que él considera ser la actividad más noble del hambre: el conocimiento. Porque dicho conocimiento sólo podría tener el papel de una fuente de la felicidad; la felicidad en sí, y por su misma naturaleza, tiene que ser sentida, y una felicidad que sólo fuera “pensada” o “querida” ya no sería felicidad. La felicidad se convierte en una palabra sin significado cuando la separamos del sentimiento, la única forma de experiencia en la que puede ser conscientemente vivida”, Von Hildrebarnd, El corazón. Un análisis de la afectividad humana y divina.
[8] Ugo Borghello, voz «Corazón» en Diccionario de San Josemaría.
[9] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 167.
[10] Von Hildrebarnd, El corazón. Un análisis de la afectividad humana y divina.