Por Randa Hasfura Anastas
Vivimos en un ritmo acelerado, un sin parar, alarmas, tráficos, trabajos, ocupaciones y oscurece… y como consecuencia, los que “vivimos dentro de la Iglesia” se nos pasa de largo la belleza y las gracias que se derraman.
Siempre me gustó la frase “Mayo florido”, y en efecto así fue nuestro mes pasado. Aunque lastimosamente se fue como “agua de mayo”: un mes en el que la Iglesia nos inundó de gracias espirituales.
Por un lado, teníamos a María, cuidándonos, abrazándonos, viéndonos con ternura; y por otro lado, el mes estuvo cargado de Domingos de Pascua, desbordantes de gracias, y para cerrar con “broche de oro” tanto el Mes como la Pascua misma: Pentecostés.
¡Cuánta gracia, cuanta bendición, cuanto regocijo… en tan solo un mes!
Pero, a pesar que los famosos 50 días de Pascua ya han finalizado, la Iglesia agrega 2 fiestas dentro del tiempo ordinario: la Santísima Trinidad, misterio central de la fe y de la vida cristiana, pues es el misterio de Dios en Sí mismo, el primero que llegaron a entender los apóstoles después de la Resurrección, cuando comprendieron que Jesús era el Salvador enviado por el Padre, y cuando experimentaron la acción del Espíritu Santo dentro de sus corazones en Pentecostés.
Y la segunda fiesta es el regalo más grande que Jesús dejó antes de irse: Corpus Christi. Como decía San Agustín: “Jesús, movido por ese amor, quiso quedarse con nosotros después de la Ascensión”; o como decía San Josemaría: “Vemos la humildad de Jesús: en Belén, en Nazaret, en el Calvario… pero más humillación y más anonadamiento que en el Establo, que en Nazaret y que en la Cruz: en la Hostia Santísima”.
¡Y así, saciados de fiestas quedamos empapados de gracias! Pero como todo en esta vida tiene límites… también la liturgia nos da un descanso para que no se desgaste ella misma en tanta fiesta, y así hoy retomamos el tiempo ordinario que dejamos atrás (antes de Cuaresma), podríamos decir que arrancamos nuevamente un tiempo más relajado.
La liturgia es la manera de celebrar nuestra fe. No solo tenemos fe y vivimos de acuerdo con ella, sino que la celebramos con manifestaciones comunitaria y públicamente.
¡Qué perfecta la Iglesia, qué ordenada, que pedagoga!
Ahora entramos a lo que se conoce como el “tiempo ordinario” del Año litúrgico. Hay 2 bloques durante el año y no se celebra ningún aspecto concreto del misterio de Cristo, más bien vemos a un Jesús que vive su día a día con normalidad, y como quiere que “así vivamos nuestro cristianismo”: en lo ordinario de la vida, a nuestros 30, 60, 80 años de vida, que sea una santificación diaria, sin tanta extraordinariedad.