¿De verdad que tu esposo/a va primero? Concretando el cariño:
Desde que llegan los hijos, los pensamientos y las conversaciones casi siempre se centran en ellos.
Por eso conviene pararse y pensar cómo estoy manteniendo el cariño con el cónyuge en cada etapa del crecimiento del hijo, porque podemos caer en la idea de que habrá un tiempo mejor para nosotros, un tiempo de mayor intimidad, pero que nunca llega, a menos que pongamos intencionalidad para que sea una realidad.
Todo hijo desea ver a sus padres felices, pero sobre todo, felices entre ellos. Algunas acciones y actitudes que favorecen este trato delicado y cariñoso que merece nuestro esposo-a, pueden ser las siguientes:
-Llamarle al móvil durante el trabajo, en un momento de descanso. Un “¿qué tal?, ¿cómo vas?” sería suficiente.
-Acostarse a la misma hora. Si estoy viendo la tele, puedo pedirle que haga el esfuerzo de “aguantar” un rato más, pero sólo un rato, para que también vea que me sacrifico al dejar de ver ese programa que tanto me gusta.
-Proponerle ir a cenar o almorzar solos una vez a la semana, o al mes… Tener esa inquietud. Coincido con mis amigos en que con una hora, u hora y media, es suficiente. La experiencia es que la semana se vive con la ilusión de que llegue ese día especial.
-Organizar el fin de semana incluyendo algún plan con amigos. Es muy agradecido encontrarse con un plan hecho con las personas que más te apetece estar (lo mejor es preguntarle antes).
-No dirigirse a los hijos nada más entrar en la casa. Es una cuestión de segundos, pero es un detalle que demuestra bien claro que mi esposo-a es lo primero, y así lo han de saber ellos.
-Realizar los encargos de la casa prontamente y con precisión. No hace falta estar siempre motivado para hacerlos.
-“No soy responsable de la cara que tengo, pero sí de la cara que pongo”. Alegrar el día al otro, evitando parecer un cenizo. Para ello, un buen modo de empezar es preguntarle cómo le ha ido el día: esto ayuda a comprender que no soy el único en acumular problemas y contrariedades.
-Todos necesitamos nuestro espacio personal. Reclamar el de uno y respetar el del otro. Aquí ganamos todos.
-Agradecerle de vez en cuando lo mucho y bien que trabaja por mí y por nuestros hijos.
-Pedirle perdón por aquello que los dos sabemos. Al final, la experiencia es que la respuesta del ofendido es un “anda ya, si no era para tanto…”.
-Pienso que pedirle permiso en numerosas ocasiones es un acto de humildad, de trabajo en equipo, de amistad y de confianza. Es de gente valiente y generosa, que entrega su vida al otro libremente (por eso no me resta libertad hacerlo).
Sea cual sea nuestro carácter, nada nos impide pensar más en nuestra relación matrimonial, diagnosticando el lado en el que se encuentra la balanza afectiva, y si la vemos más baja de lo común, podemos buscar -con acciones concretas- la manera de influir para que cambie hacia el otro lado, que es donde nos gusta estar.