Hace unos días recibí la ordenación sacerdotal. Con ocasión de esto he ido conversando con familiares y amigos, y las reacciones han sido graciosas. Un amigo del colegio me sorprendió especialmente: “Jota —me dijo— te entregaste por completo a Jesucristo, pero, ¿qué pasa si es todo falso?, ¿no te daría la risa si de pronto caes en la cuenta de que estás actuando en una farsa?”. Me parece que la objeción refleja bastante bien una inquietud que tienen muchos en nuestra generación. Hoy tiene prestigio la fe en la tecnología, en el éxito profesional, en el culto a la salud y al cuerpo, ¿y la fe en Dios? ¿Dónde está Dios? ¿Es posible encontrarse con Él?
En estos años de estudio de Teología me he dado bastantes cabezazos contra la pared haciéndome preguntas difíciles. La ordenación fue como una apuesta final, un “all in” en la mesa de juego, una afirmación sólida hacia Dios: “Sí, aquí estoy para lo que necesites; ¡adsum!”. Voy a representar a Jesucristo porque creo que Él existe y es Dios, vive entre nosotros, nos ama y me ha llamado.
¿Dios se hizo hombre o no se hizo hombre?, la respuesta a esta pregunta encierra un resumen de la cuestión.
¿Cómo lo veo yo?: El cristianismo es un misterio, por un lado, pero también es muy razonable. Es más, todas las piezas encajan. Mientras más estudias, más te hace sentido todo. Partamos por lo básico: si sales por la noche a contar estrellas, verás entre 2.500 y 8.000 según cómo esté de despejado el cielo. Si miras con telescopio, los astrónomos dicen que se podrían contar, solo en la Vía Láctea, entre 200 y 400 miles de millones de estrellas. Ahora bien, ¿cuántas galaxias como la nuestra hay en el universo? El punto es que Alguien creó todo esto. Hombre, no me digas que no, ¡creador hay!
Que existe un Creador es algo que han intuido todos los hombres, en todas las épocas y culturas. La pregunta siguiente es ¿por qué el cristianismo? En mi caso, he ido leyendo la Biblia y te puedo decir que, mientras más avanzas, más impresionado te quedas. Es tan grande la sabiduría, la riqueza humana, el valor literario de este Libro, que se hace muy difícil pensar que todo esto no pueda ser verdad (comprendiendo también la diversidad de géneros literarios que la Biblia maneja, por supuesto). La misma fascinación que uno siente al contemplar la inmensidad del universo, yo lo voy sintiendo con la inmensidad de sabiduría que guardan estas palabras inspiradas.
La Biblia es como un gran fuego y todo el resto de la cultura occidental son como chispas de ese fuego; estoy pensando en el famoso prefacio que escribió George Steiner (quizá el más importante crítico literario del siglo XX) a la Biblia hebrea: “Todos los demás libros, ya sean historias, narraciones imaginarias, códigos legales, tratados morales, poemas líricos, diálogos dramáticos, meditaciones teológico-filosóficas, son como chispas, muchas veces desde luego lejanas, que un soplo incesante levanta de un fuego central”.
También quisiera rescatar la experiencia inefable de la felicidad que brota del encuentro personal con Cristo. Cuando entras en el camino de Jesús, de pronto recuerdas que no eras solo un cuerpo y un alma, sino también un espíritu. Naces a la vida divina con los sacramentos y la oración y se te abre un riquísimo universo religioso, que consiste en la feliz y fecunda relación de amor con Dios.
Lo importante es escuchar a Jesús, pues Él nos reveló la identidad íntima de Dios. Él nos enseñó que Dios es Amor. Nos dijo que es Uno y Trino: una relación de amor infinita entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Él es Dios y su identidad es tan misteriosa como atractiva; ahora bien, ¿cómo podemos encontrarlo?
La pregunta nos queda grande, pero me consuela pensar que Dios nos está buscando primero. Nuestro esfuerzo no ha de ser tanto el de buscarle, como el de dejarnos encontrar por Él. Dios se relaciona con nosotros como un padre bueno y misericordioso que mira y espera a su hijo. La clave para meditarlo es la parábola del hijo pródigo, en la que el padre se asoma cada día al camino para ver si regresa el hijo que se ha marchado para dilapidar su parte de la herencia. Hasta que un día el hijo aparece: el padre lo ve llegando, y entonces sale a su encuentro, lo abraza y le organiza una fiesta.
¿Cómo dejarnos encontrar por Dios? Primero, agradeciéndole la libertad que nos ha regalado. Dios nos hizo libres para que pudiésemos aceptar su amor. Bajó del Cielo para asumir nuestra condición mortal y está ahora esperándonos a la puerta de nuestro corazón. Como dice un pasaje del Apocalipsis: “Mira, estoy a la puerta y llamo: si alguno escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él, y él conmigo” (Ap 3,20).
¿Cómo podemos abrirle la puerta? Dándole gracias por haber venido a la tierra y por habernos mostrado su rostro en Jesucristo. Y luego, abriendo una ventana en nuestra alma a través de los Sacramentos y la oración. Esta ha sido mi experiencia: en la medida en que rezo, hablo con Dios, veo como, poco a poco, voy descubriendo a la Santísima Trinidad y la felicidad en mi corazón.
Me encanta la imagen del Pantocrátor («Todopoderoso») bizantino, pintado en el siglo VI, en el Monasterio de Santa Catalina del Monte Sinaí (Egipto), pues a través de esta imagen podemos aprender a valorar y agradecer el rostro divino. (Preparando este artículo, se me ha ocurrido poner esta imagen de fondo de pantalla en mi móvil). A ver si frente a esta imagen podemos dirigirnos a Cristo y decirle en nuestro interior esas palabras de Tomás: “Señor mío y Dios mío” (Jn 20,28). Puede ser el comienzo de una bonita relación de amistad con Jesús, y esto, querido amigo, es el tipo de relación con Dios a que nos invita el cristianismo.
Por cierto, el amigo que me interpeló está bien. Hemos vuelto a conversar y me dijo que está viendo la serie “The Chosen”. Estoy seguro que quedará con hambre de conocer más a Jesús, pues Él es el personaje más atractivo de la historia.
Juan Ignacio Izquierdo Hübner