Por Nicolás Moreno
@niicooolas_
Después de las semanas de Cuaresma y la Semana Santa llegó el día que tanto esperábamos, el más importante para todos los cristianos: El Domingo de Resurrección. Ese día conmemoramos que Jesús resucitó al tercer día de morir, y por lo tanto es un día de infinita alegría. Las campanas volvieron a sonar y volvimos a escuchar ‘Aleluya’ en misa. Son emociones que, de primeras, contrastan con los días de Semana Santa. La tristeza y el luto son los dueños de los días pasados. Pero además de las lágrimas derramadas recordando su pasión y agonía, personalmente para mí hay un motivo de sonrisa. Él murió por nosotros. Me llena de paz solo saberlo, y es lo más grande que cualquier ser pueda poseer.
Ahora ya nos encontramos al final de la Pascua, y en estas semanas nos seguimos acordando de que el amor de Dios por nosotros es infinito: Dios Hijo, Cristo, murió por nosotros, para salvarnos, y desafió a la muerte para regresar de los infiernos.
Debemos recordar que Dios es Todopoderoso y que todo lo puede, incluso resucitar a su Hijo de entre los muertos. Por lo tanto, durante todo el año y especialmente en estas fechas, es preciso confiar y dejarnos llevar por Él. Todo esto demuestra que existe la luz y la vida eterna, y que está en nuestra mano, en la de los fieles creyentes y pecadores, vencer a la muerte.
Nunca es tarde para confiar en Dios, buscarle y escucharle, pues le necesitamos, y Él está a nuestro lado en cualquier momento y a cualquier hora. Él también quiere bailar con nosotros.
Sólo hay motivo para la euforia en mi corazón. Me emociono de la alegría, y espero profundamente que estas fiestas solo nos hagan mejorar como católicos y abrir su palabra. La Pascua es entonces esperanza, ¡no dejemos de celebrarla y transmitirla!