“Es, pues, la Fe, la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.” Hebreos, 11:1
Me costó mucho trabajo entender que los tiempos de Dios son los tiempos perfectos. Que los planes que el Señor tiene preparados para nosotros son aún mucho mejores que los nuestros. Los cambios de rumbo, de vida, el salir de la famosa zona de confort, me hacían infeliz, me hacían sentirme frustrada, vacía, triste. Quería que todo saliera como yo había
planeado, sin un solo cambio en mi plan. Hubo muchos años donde no podía aceptar todos los planes y deseos que Él tenía para mi, y efectivamente, como os podéis estar imaginando, no era feliz.
Hace ya algún tiempo que empecé a preguntarme todas las posibles variaciones de la Fe. Empecé a preguntarme cómo la sociedad de hoy en día utiliza el tener fe de una manera vaga, inadecuada e incluso inconsciente. La sociedad está llena de personas que tienen Fe en personas, planes, o en cualquier otra cosa, pero no es una Fe real, no es de verdad, no es profunda. Se olvidan de lo más importante, se olvidan de que la Fe es Él. Los planes son de Él, somos sus hijos, y todo lo que yo espero es Él.
No obstante, en uno de los perfectos pero largos tiempos de Dios, mi vida cambió. Una persona muy cercana a mi, utilizó el tener Fe, de una manera profunda, de una manera en la que pude mirar, por fin, con Su mirada. De una manera, en la que, finalmente, tuve la voluntad de caer, sabiendo que alguien iba a recogerme, y sabiendo que si no me recogía en ese bache tan grande, iba a ser Su plan y deseo. Aceptando su voluntad.
Porque, ¿adónde iba a ir yo si no sentía miedo? ¿Adónde llegaba mi Fe como cristiana, si no me dejaba caer? ¿Adónde quería llegar si no aceptaba la voluntad de Dios? ¿Dónde quedaba mi amor? Porque, amigos… no hay amor más puro y sincero que confiarle al de arriba nuestros planes, nuestra certeza, nuestra convicción, no hay amor más puro, que esperar y caer, sintiendo miedo, sintiendo dudas, sin filtros, y sin anestesia. El cielo está abierto.
Día tras día, a las nueve de la mañana, entro en el oratorio del colegio donde soy profesora, un colegio de la Obra. No puedo permitirme empezar el día sin darle las gracias. Sin darle las gracias por todo los obstáculos que Él ha puesto en mi camino, por todos sus planes; pero sobre todo, por todos los tiempos, por todos los tiempos que por muy largos que hayan sido, me han servido para compartir el peso de su cruz, ¡y bendito peso! Bendio peso que nos hace valientes a todos los cristianos,
bendito peso que hace que aceptemos Su voluntad, que seamos lo que somos por Él, y sobre todo, que vivamos por todo su amor, que lo aceptemos, que lo sirvamos.. Porque… A Dios por el amor, y por el Amor de Dios.
Lo que uno profesa, es aquello que acaba haciendo. Cuando profesamos la Fé, lo que realmente estamos haciendo es repetirnos que es lo que queremos, con el objetivo de vivirlo por y para Él. Gracias, a quien un día, me salvó, me acercó a Dios y me enseño a aceptar su voluntad. Sin ti nada hubiera sido posible.
Irati Núñez Hermosilla