Por estos días he venido reflexionando mucho sobre esta realidad: el sufrimiento en la familia. Se trata de un tema tan amplío que con seguridad no lograré abarcarlo en su totalidad; pero sí puedo compartir algunas luces que nos ha ido regalando nuestra madre la Iglesia. Bien dice el Papa Francisco, en su exhortación apostólica Amoris Laetitia, que actualmente los desafíos de las familias son muchos. Algunos de los que menciona son “el individualismo, empujado por una cultura exagerada de la posesión y el disfrute que generan dentro de las familias dinámicas de intolerancia y agresividad”. También menciona las crisis de los esposos, que desestabilizan a la familia y que difícilmente se afrontan con paciencia, con diálogo sincero, con perdón recíproco, y con ánimo de conciliar y de sacrificar.
Otro de los grandes sufrimientos en las familias en estos días es la soledad, fruto de la ausencia de Dios en la vida de las personas. A ello se une la fragilidad de las relaciones entre los papás, y entre los papás y sus hijos. La enfermedad, definitivamente, constituye otra realidad de sufrimiento, que ha estado y estará dentro de la vida familiar; pero ahora también se le suman muchas enfermedades de salud mental, como la depresión y la ansiedad, que afectan tanto a los papás como a los hijos. ¡Y cuánto dolor vemos en familias que emigran por la fuerza o por la necesidad!
Encontramos también el sufrimiento de los matrimonios que no pueden tener hijos, o de los que perdieron alguno… No podríamos parar de hablar de tantas y tantas realidades por las que sufre actualmente la familia. Y la pregunta es: ¿qué hacer con tanto dolor? ¿Dónde está Dios cuando la familia sufre? Definitivamente, estas preguntas conllevan una gran cuota de misterio, pero también dejan mucho de claridad. Y aquí te diré algunos puntos al respecto.
Estar vivo implica siempre una cuota de sufrimiento
El sufrimiento vivirá con nosotros hasta el último día que estemos en la tierra. No es ajeno, y tampoco es algo que podamos evitar. Por una u otra cosa, la vida —algunos días, o en alguna etapa— duele. ¡Es parte de estar VIVOS! Es parte de sentir.
La clave es la aceptación
Muchos no se han dado cuenta que de nada vale gastar la vida intentando huir del sufrimiento, o tapándolo con placeres de diferente tipo que nos hagan olvidar el dolor. Entonces, ¿hay que vivir llorando? No, pero no aceptar esa cruz que te duele de tu familia traerá aún más dolor a tu vida.
Que nuestra vida sea una misa constante
Escribo este artículo a tan solo unas semanas de haber celebrado Semana Santa, durante la cual, por pura gracia, llegó a mis manos una reflexión del libro Sí a Cristo, de Mariano Sánchez Anguiano.
Esta parte me llamo mucho la atención: “Cada vez que Cristo se eleva en las manos sacerdotales sobre el altar se ofrece al Padre por ti. Hoy, mañana y hasta el final de los tiempos. Toda tu vida ha de ser una hostia de ofrenda. Tu alma, un altar, y sobre ese altar vas ofreciendo al Padre la oblación de ti mismo. Tus esfuerzos diarios. Tus actos de obediencia, humildad, caridad. Tus alegrías y tristezas, tus enfermedades y pruebas morales. Tus renuncias interiores y exteriores. Las ingratitudes, calumnias, ruindades. Vas ofreciendo en el correr de las horas del día. Así harás de tu vida una misa constante, que glorifique al Padre celestial”.
Nuestro sufrimiento cobra sentido en la cruz de Cristo. Es decir: en el ofrecimiento diario que podemos hacerle de nuestra vida misma al Padre.
Seamos felices en medio del dolor
Hay que darnos el permiso de ser felices en medio del dolor. Parece contradictorio, pero, ¡claro que se puede! Aprender a disfrutar de tu familia y de los momentos bonitos que se presentan en la vida te reconfortará para las luchas diarias.
Tener otra mirada y perspectiva del dolor le dará consuelo a nuestro corazón. ¿Por qué? Porque nos ayudará a saber que ese dolor no es eterno, y que hay muchísimas cosas que agradecer. No cuando termine tal problema por el que estamos atravesando, sino que hay mucho que agradecer hoy: aquí y ahora.
Aprovechemos para estrechar lazos
Los momentos de dificultades pueden llegar a estrechar lazos más fuertes y auténticos en una familia, donde cada uno debe ser libre para mostrarse vulnerable y recibir el apoyo de los demás. Puede ayudarlos a crecer juntos como familia, a ser más humanos y a salir de cada uno de sí mismo para ver las necesidades del otro. Además, debería movernos a replantearnos nuestros objetivos como familia, para qué estamos y hacia dónde vamos.
Confiemos en la gracia de Dios
Tenemos que despertar la confianza en la gracia de dios, en esa capacidad que Él nos regala para afrontar la vida y las luchas que se nos presentan en la familia. Cuando no puedes cambiar una situación, porque no está en tus manos, te toca hacer lo que naturalmente puedes y debes hacer. A Dios le toca lo sobrenatural, y créeme: esa Gracia te va a sostener, te va a empujar a sacar fuerza de donde no creías que había.
Para aportar a esta idea, te contaré rápidamente una experiencia personal. Me pasé toda mi adolescencia viendo una película romántica de dos enamorados que tienen que afrontar el cáncer de la chica. Cada vez que terminaba la película decía “No hay forma de que soporte algo así, me muero”. Pues a los 17 años lo viví con mi enamorado, ahora mi esposo. ¡Y pude! Con un poquito de nuestro esfuerzo, y sobreabundante gracia y amor Dios: ¡tú también vas a poder!
Es importante tener en cuenta esta cita que nos regala San Agustín: “Siendo supremamente bueno Dios, no permitiría jamás que cualquier mal existiera en sus obras, si Él no fuera lo suficientemente poderoso y bueno para sacar del mal mismo el bien”.
No olvidemos, además, que “Dios está cerca de quebrantados de corazón” (Salmo 34, 18). Por lo tanto, apoyémonos en Él. y dejemos que sea nuestro gran aliado en etapas o días en los que el dolor y el sufrimiento pueden estar más presentes.
Mostremos caminos de felicidad
Para los que evangelizamos en el ámbito de las familias, Francisco nos invita a “no gastar energías pastorales redoblando el ataque al mundo decadente, con poca capacidad proactiva para mostrar caminos de felicidad. Jesús, al mismo tiempo que proponía un ideal exigente, nunca perdía la cercanía compasiva con los frágiles”. En este caso, nuestra cercanía y nuestro acompañamiento a las familias que sufren deben orientarse a ayudarlas a tener cargar más ligeras en ese proceso.
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Espero haber podido sumar un poquito en nuestro entendimiento sobre esta realidad compleja, pero que a la vez puede ser un instrumento grande de conversión para alcanzar el Cielo. Deseo de todo corazón que las personas que estén atravesando tribulaciones y sufrimientos puedan encontrar consuelo en Dios, y sepan sostenerse gracias a personas de buen corazón que los acompañen en este camino. ¡Un abrazo fuerte!
Maryel Medina para Ama fuerte