Por Francisco Javier Domínguez
Cada año se celebran multitud de galas y festivales cinematográficos, con objeto de premiar y dar a conocer el trabajo de los cineastas, actores, actrices y demás personal implicado en el rodaje de películas en sus diferentes formatos. Aunque el equipo que trabaja en una producción es muy amplio, por simplificación o por desconocimiento del público, los que reciben mayor atención suelen ser actores y directores, sirviendo estos eventos como lanzamiento, asentamiento o consagración en el séptimo arte.
A menudo nos llegan noticias en las que, se da a conocer que una actriz o un actor, rechaza un papel determinado por diferentes motivos y este rechazo sirve para que el que ocupe su lugar, emerja como estrella del cine o sea un desastre para el resultado final: Will Smith, Hugh Jackman, Emma Watson, Sandra Bullock…engrosan una lista interminable de sonados aciertos y fracasos.
Sin embargo, esto no es nada nuevo. Las Sagradas Escrituras nos muestran personajes que ya hicieron lo mismo, con una gran diferencia: no era un papel lo que estaba en juego si no su propia vida.
En las semanas posteriores a la Pascua, rescataremos al joven rico: poco sabemos de él, aunque si hubiera aceptado el llamamiento de Jesús, quizá sería uno de los primeros santos de la Iglesia y nuestro conocimiento sería mayor.
San Mateo lo relata sin dar detalles de su identidad: “Sucedió que un hombre se acercó a Jesús…”. Un hombre cualquiera, aunque en realidad no lo era. Le pregunta a Jesús qué debe hacer para alcanzar la vida eterna y éste, le responde que debe cumplir todos los mandamientos.
El joven rico, aunque su contestación pueda parecer obvia o como diríamos de forma coloquial, “de sobrado”, le dice que eso ya lo hace. ¡Cuidado! Al mismo Jesús le está respondiendo que cumple todos los mandamientos y eso, por la experiencia propia y por lo que conocemos de la historia de la Salvación no es cualquier cosa. La virtud constituía el centro de su vida y queda patente su deseo de eternidad.
Y a preguntas absolutas, respuestas absolutas. Insiste el joven rico, quizá esperando la confirmación divina a su interrogante. Pero Jesús no se anda por las ramas, no da lugar a malentendidos o a interpretaciones subjetivas.
- «Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme.”
Y, he aquí que, todo se desvaneció para este joven, haciendo mutis por el foro y embriagado de tristeza, porque era muy rico. Jesús, a continuación, aseveraba sobre la dificultad de un rico para entrar en el Reino de los Cielos.
Nosotros podemos pensar, por nuestra situación económica, que nuestra entrada al cielo tiene más visos de viabilidad que la de una persona rica, pero, por desgracia, la riqueza no se concreta únicamente en lo material.
Así, se establece el listón de la perfección cristiana en el seguimiento decidido y desprendido de Jesús, que es Camino, Verdad y Vida. ¿Cuántas cosas tenemos que nos impiden un seguimiento así? ¿Cuánto apego tenemos a nuestras posesiones o, peor aún, a nuestros vicios y defectos? Sin el amor y la generosidad que Jesús nos demanda, no somos capaces de desembarazarnos de nuestros pequeños tesoros.
J.R.R. Tolkien muestra en “El Señor de los Anillos”, cómo el deseo desordenado de riquezas y poder, conduce a la destrucción. Su inolvidable trilogía, como paralelismo de las Sagradas Escrituras, describe la lucha sin contemplaciones entre el Bien y el Mal.
Peter Jackson, realiza una adaptación sensacional para la gran pantalla, representando ese deseo desordenado en Smeagol, un “hobbit” que se acaba transformando en una criatura repulsiva, capaz de asesinar y mentir sin rubor, para conservar “su tesoro”, el Anillo de Poder.
Aunque las palabras de Jesús carecen de ambigüedad, una forma de contemplar nuestro rechazo al Amor de Dios, actualizada en lo digital, puede ser observar la repugnancia encarnada en Gollum, a lo largo de las tres películas.
Por lo que sabemos, el joven rico no era el Gollum de la Sagrada Escritura, pero rechazó la llamada inequívoca de Cristo, no quiso aceptar el papel que el mismo Jesús le proponía, aún siendo conocedor del guion de la película.
“Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Apocalipsis 3:20). En este mes de mayo, pidámosle a María Santísima, la gracia necesaria para acudir a la llamada de su Hijo. Pidamos su intercesión, a Ella, nuestra Madre, como ejemplo sublime de entrega y aceptación de la voluntad divina.