Carlos Alberto Bracho tiene 36 años, es de la diócesis de Cabimas, (Venezuela). Cuando le comentó al rector del seminario en Venezuela sobre su vocación tenía 27 años y pensó: “es muy tarde para comenzar este camino”. Sin embargo, para Dios no hay tiempo, a unos llama antes y a otros después.
Actualmente estudia en España en el Seminario Internacional Bidasoa. Es licenciado en Educación y, antes de ingresar en el seminario, fue profesor de bachillerato. Es el segundo de tres hermanos y sus padres han sido un gran apoyo para él, de hecho ahora van con más frecuencia a Misa.
«Cada uno de los tres párrocos que he conocido, desde mi primera comunión en 1998 hasta 2014, cuando entré al seminario, han sido claves en mi proceso vocacional. Ellos han sido unos padres que me han enseñado, educado, corregido y acompañado con toda la caridad del mundo. Por eso creo que un sacerdote debe ser alguien que sabiendo que no es perfecto, pide a Dios todos los días la gracia de ser su instrumento».
Aunque es difícil ser católico en Venezuela, motiva el hecho de ver que las parroquias están llenas de adultos, jóvenes y niños que tienen sed de Dios, que descubren en Él la fuerza para continuar, que en momentos puntuales, en medio de peligros, salen a la calle a compartir la palabra de Dios.
Los jóvenes son de esos que hacen lío, en el buen sentido de la palabra, que una vez que descubren que la Iglesia de Venezuela es un lugar donde pueden crecer, aprender y amar, los lleva a inventarse medios de evangelización coherentes con lo que pide la Iglesia.
Fuente: Carf Fundación