“Bienaventurados los misericordiosos porque Dios tendrá misericordia de ellos” (Mt 5, 7).
Dios tiene misericordia de nosotros de una manera gratuita, perdona nuestras ofensas cada vez que nos acercamos arrepentidos, Él, que no comete pecado alguno. ¿Por qué no tenemos nosotros misericordia de los demás?
Por otro lado, conoce nuestro corazón, nuestro carácter y nuestras circunstancias mejor que nadie, nos comprende, nos acepta y no juzga nuestras formas de ser. ¿Comprendemos nosotros a quienes nos rodean?
El Señor en el Evangelio tiene un comportamiento misericordioso constantemente, porque siente compasión en su corazón. Eso significa la palabra: miserere (sentir compasión) y cor (corazón). Se compadece de la mujer adúltera, de Pedro cuando le niega, de quienes le crucifican. Viene a por nosotros, a por los pecadores (Lucas 5, 32), y nos manda a nosotros a hacer lo mismo, nos pide que perdonemos al enseñarnos a rezar el Padre Nuestro.
Nuestras ofensas decide cargarlas sobre sus espaldas, con un infinito amor. El Señor debía tener un corazón muy cariñoso, sensible al dolor de la persona, pero intransigente con el pecado. Mas nunca con el pecador. Le pide a Zaqueo que repare su culpa, pero no deja de cenar con él. El Señor baja a perdonar nuestras faltas de amor, nuestros egoísmos. Nos recoge del suelo y nos manda no pecar más.
Pero, por otro lado, es consciente de nuestras debilidades y de nuestro carácter. Y es que en ocasiones es necesario aprender a diferenciar el pecado del error, una falta de amor de una simple equivocación. Dios nos acepta con nuestras imperfecciones. De hecho, el propio Jesús en el Evangelio escoge a Pedro como cabeza de la Iglesia sabiendo que tenía un carácter impulsivo, y hasta escoge un apodo cariñoso a Santiago y a Juan: los llama “hijos del trueno”, haciendo referencia a su fuerte personalidad.
No significa que no debamos mejorar nuestro carácter, sino simplemente aceptar a los demás como son, saber que en ocasiones hacemos las cosas con muy buena voluntad e intención, amando mucho, y nos equivocamos. Y no pasa nada. A veces el Señor solo nos exige tener paciencia, saber que, como niños, en ocasiones tropezamos al ir corriendo a darle un abrazo a nuestra madre. En este sentido, es muy ilustrativo un fragmento de La paz interior de J. Philippe:
El Señor nos pide que soportemos con paciencia los defectos del prójimo. Tenemos que razonar así: si el Señor no ha transformado todavía a esa persona, no ha eliminado de ella tal o cual imperfección, ¡es que la soporta como es! Espera con paciencia el momento oportuno, y yo debo actuar como Él. Tengo que rezar y esperar pacientemente. ¿Por qué ser más exigente y precipitado que Dios? En ocasiones creo que mi prisa está motivada por el amor, pero Dios ama infinitamente más que yo, y sin embargo ¡se muestra menos impaciente!
Si tenemos misericordia y no juzgamos los pecados de los demás (porque eso solo le corresponde a Dios), obtendremos misericordia y perdón de nuestros pecados (que la necesitamos).
Si tenemos paciencia con el carácter y los errores derivados de simples equivocaciones de los demás, sin desesperarnos, Dios tendrá paciencia con nuestros pequeños defectos y quizá, quién sabe, nos apode de alguna manera cariñosa… Porque nos enseña a no tomarnos demasiado en serio, a reírnos de nosotros mismos y a disfrutar de un Amor que nos quiere tal y como somos.