La presentadora Ana Obregón ha vuelto a dar las campanadas al reabrir el debate ético y social de la gestación subrogada. Como la legislación actual prohíbe la maternidad sustitutiva al considerarla una forma de violencia contra las mujeres, se ha trasladado a los Estados Unidos (Miami) para contratar todo el proceso. Así se ha convertido a los 68 años en madre de una niña, pero ha explicado que el esperma del embrión implantado en la madre gestante de alquiler pertenece a su hijo Álex, fallecido con 27 años en 2020, fruto de la relación con Alessandro Lecquio, por lo que también podría ser considerada como abuela.
Anteriormente la popular actriz que se confiesa budista, ha tenido otras parejas como Miguel Molina, Fernando Martin, Davor Suker o Miguel Bosé. Quizás de este último se haya inspirado en la gestación subrogada, pues tiene cuatro hijos mediante este proceso, con su expareja también homosexual. La periodista no ha revelado la identidad del óvulo aportado para formar el embrión, que incluso puede desconocerse. Aparte de mantener entretenida a la prensa del corazón, los partidos políticos han realizado sus primeras valoraciones.
Las feministas de izquierdas, en consonancia con las últimas disposiciones gubernamentales, vinculan a las madres gestantes con una situación de explotación, al mediar una contraprestación económica de carácter mercantilista. En este caso no les falta razón, porque las gestantes tienen a un embrión implantado en su útero durante nueve meses, con las limitaciones y riesgos que conlleva, y, desde luego, nadie se expone gravemente de forma altruista.
Sin embargo, siendo acertado este análisis, le falta coherencia, porque, a la vez, acaban de aprobar en esa misma ley que se puede cercenar la vida una persona concebida y no nacida, por la simple voluntad de la embarazada. Es decir, condenan que se cosifique a las gestantes, pero éstas pueden deshacerse de una persona, aspecto mucho más grave. Para el principal partido de la derecha liberal en la oposición, no habría inconveniente en legalizar los vientres de alquiler, siempre que los implicados actuaran de forma libre y gratuita.
Pero en lo que apenas se repara es en proteger el interés del menor, la parte más indefensa, que tiene derecho a conocer la identidad de la madre que le parió, de los portadores de los gametos correspondientes y de los posibles hermanos congelados. Pensemos que, según datos oficiales, existen en nuestro país 668.000 embriones congelados, que son personas humanas. Además, se presenta un debate ético que habría que centrarlo en si es acorde con la dignidad humana las técnicas modernas de biotecnología que posibilitan la “fecundación in vitro con transferencia de embriones” (FIVET).
Para intentar encontrar una solución a los dilemas éticos que se suscitan habría que preguntarse por los límites morales de la ciencia, y si prevalece el interés del niño o de quienes pretenden conseguirlo. En la respuesta nos ayudaría el derecho natural, que postula la existencia de un conjunto de derechos universales, superiores e independientes del derecho positivo, fundamentados en la naturaleza humana y la razón, que comprenden las distintas formas de pensar o creencias. La vida humana y su generación sexual, por tratarse de una persona racional y libre, posee una dignidad que la diferencia del resto de seres.
No se puede equiparar la inseminación reproductiva de los animales con el hombre. En este caso, el niño desconocerá quién le ha gestado durante nueve meses y se verá privado del amor de sus padres; también ignorará quién ha aportado el esperma y el óvulo. El proceso para la transferencia de los embriones se realiza de forma artificial o antinatural en un laboratorio, que será sometido a un control de calidad, eliminándose los embriones defectuosos; se propugna un hijo a la carta, con las características que se soliciten.
Una sociedad contradictoria y esquizofrénica que renuncia a tener hijos causando el suicidio demográfico; y, a la vez, pretende tener niños a toda costa, aunque para ello tenga que forzar el proceso natural mediante diversas técnicas. Participar en el proceso de la creación excede con creces nuestras capacidades, por lo que habría que considerarlo como un don o regalo, sin violentar la naturaleza. Jugar al “seréis como dioses”, además de un error, acaba pasando factura. Habría que apostar por una fecundación humana sostenible y ecológica, acorde con la naturaleza y la razón.