“Dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán una sola carne. Gran misterio es este, pero yo lo digo en relación a Cristo y a la Iglesia”. Estas enigmáticas palabras de San Pablo se cumplen hoy.
¿Cristo y la Iglesia una sola carne, un matrimonio? ¿Cristo dejando a su Padre y a su Madre? ¿A qué se refiere san Pablo?
Ha sido otro santo, san Juan Pablo II, quien más ha desarrollado esta idea. Las 134 catequesis sobre el amor humano que impartió durante cinco años, conocidas como Teología del Cuerpo, se fundamentan en parte en las palabras de San Pablo.
El matrimonio es sacramento, es decir, signo sensible (que se ve) de la creación del hombre (que no se ve en la actualidad), en el sentido de que la unión matrimonial está llamada a expresar la unión que Dios ha querido tener con cada persona creada, una unión inseparable.
Pero también es signo sensible (que se ve) de la redención del ser humano operada por Cristo (que hoy cuesta percibir), en el sentido de que también manifiesta la unión que Jesucristo ha querido tener con todas y cada una de las almas, llamadas a formar parte de su Iglesia.
Y, de esta forma, como sacramento de unión, el matrimonio se transforma en prototipo de todos los demás sacramentos porque todos ellos buscan la unión del alma con Dios.
Hasta aquí, Juan Pablo II responde a la primera pregunta, pero… ¿y la segunda? ¿Cristo se une a la Iglesia y se hace una sola carne con ella “dejando” (“abandonando”, dicen algunas ediciones) a su Padre y a su Madre? ¿No está exagerando el apóstol?
Creo que no (y esto ya es cosecha propia), pienso que hoy, Viernes Santo, encontramos la respuesta a esa pregunta y la íntegra comprensión de la expresión paulina.
Cristo “dejó”, o, mejor dicho, fue dejado por su Padre (“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, fueron sus palabras en la Cruz), es decir, experimentó en su propia carne ese abandono; y “dejó” también a su Madre (“Hijo, aquí tienes a tu Madre… Madre, aquí tienes a tu hijo”, había dicho poco antes al apóstol san Juan).
Nada de lo que sucedió en la Cruz fue gratuito. Todas las palabras y los gestos de Jesús tenían un significado, querían transmitirnos algo. Y era necesario que así fuera porque Jesucristo, en la Cruz estaba instituyendo algo totalmente nuevo. Tenía que hacerse uno con su Iglesia mediante la entrega de todo su ser, incluida su ascendencia divina y humana.
¿Cómo hemos de amar nosotros? Como Él lo hizo. ¿Muriendo? Normalmente no será necesario. Bastará con “dejar” a nuestro padre y a nuestra madre para crear una nueva realidad absolutamente nuestra, de nuestra mujer (o marido) y de nosotros mismos.
Esta dejación, este abandono de nuestro padre y nuestra madre significa en realidad el abandono de nosotros mismos, de nuestros egoísmos, de nuestros proyectos individuales, de nuestro yo empalagoso. Y no es un abandono definitivo. Es la premisa necesaria para la entrega del corazón entero, que decide poner en el crisol de la nueva unión, en el matrimonio, todo lo que es (pasado, presente y futuro), sin guardarse nada para sí y, desde esta nueva realidad, construir un mundo nuevo.
“Dejará a su padre y a su madre” no significa olvidarse de ellos, sino abrir la inteligencia, la voluntad, los afectos, la memoria, la imaginación, todo nuestro ser a ese otro ‘yo’ con el que nos vamos a unir para generar un ‘nosotros’ inédito, y darle preferencia sobre todo lo demás; aquí, sí, incluidos nuestro padre y nuestra madre… ¡y nuestros hijos!
Si sabemos construir esa nueva realidad con el abandono con que Cristo lo hizo en la Cruz, enseguida descubriremos que en ella cabe todo lo anterior, pero ajustado a nuestra nueva vida. Si no somos capaces de ‘dejar’ nuestro antiguo yo…, quedaremos sujetos a nosotros mismos y difícilmente crearemos algo nuevo.
Muy buen Viernes Santo y muy feliz Pascua a todos.