Por Alberto Diago Santos
¿A quién buscamos en esta sociedad del consumo? Los deseos, el materialismo, las leyes que atentan contra la moral de nuestra vida y nuestra dignidad.
Vivimos en una sociedad, que fomenta la cultura del descarte, la cancelación de toda existencia transcendente en el Dios que se hace vida, desde la eugenesia. Se busca la nada, la fachada, la apariencia, el ego sin compromiso, sin obligaciones, los verdaderos focos, que se demandan en las fronteras oscuras del marketing.
¿Dónde está el silencio? ¿Dónde está la verdad? ¿Dónde está el bien?
Estos días conmemoramos la pasión muerte y resurrección, la Semana Santa, caminaremos junto al Señor, junto al Crucificado, junto a las heridas del abandono del mundo, junto a las llagas de la violencia, de los crímenes del aborto y de la eutanasia, las guerras, las indiferencias ante el sufrimiento de las personas, el silencio del Dios débil que se hace manifestación de las huellas del resucitado.
Y en la Cruz, está la vida del cristiano, en ese monte de los enamorados, en ese camino lleno de incertidumbre, como San Ignacio de Loyola nos recuerda: “No queremos de nuestra parte, más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta”.
Son días de mirar a Cristo y decir en ese pensamiento del tiempo ¿Qué estoy dispuesto hacer por Cristo? ¿Estoy vulgarizando los días, como la muchedumbre camina hacia la infeliz etapa del deseo, del orgullo, de la ingratitud?
Nuestra voluntad es la certeza que seguir al crucificado es la esperanza de un sí, que se hace eternidad en el cielo, epifanía en las búsquedas terrenales de la vida.
Nos recuerda el Papa Benedicto XVI: “El camino de cada uno de nosotros, nos llevará un día a la cañada oscura de la muerte, a la que ninguno nos puede acompañar. Y él estará allí. Cristo mismo ha descendido a la noche oscura de la muerte. Tampoco allí nos abandona. También allí nos guía. “Si me acuesto en el abismo allí te encuentro”, dice el salmo 139 (138). Si tú estás presente también en la última fatiga, y así el salmo responsorial puede decir: también allí en la cañada oscura, nada temo.
Volveremos a ver el verdadero rostro de Cristo, en el cordero de pascua, que viene a habitar en nuestro corazón, con la luz serena del día, con la eternidad que habitamos en la tierra.
Eterno Señor de todas las cosas, yo hago mi oblación, con vuestro favor y ayuda, delante vuestra infinita bondad, y delante vuestra Madre gloriosa, y de todos los santos y santas de la corte celestial, que yo quiero y deseo y es mi determinación deliberada, sólo que sea vuestro mayor servicio y alabanza, de imitaros en pasar todas injurias y todo vituperio y toda pobreza, así actual como spiritual, queriéndome vuestra santísima majestad elegir y recibir en tal vida y estado.
San Ignacio de Loyola
Ejercicios Espirituales (98)