Vamos a reproducir algunos fragmentos del estupendo libro Orar con el corazón de Tomas Spidlik.
Al hacerle esta misma pregunta el Cardenal nacido en Chequia respondía:
El ruiseñor canta porque ha sido creado para ello, porque el canto se conforma a su naturaleza. Evagrio, autor cristiano del siglo IV, muerto en el 399, escribe que orar es propio de la mente humana, porque se conforma a su naturaleza el hecho de ocuparse de aquello que es lo más bello, esto es, de Dios.
Los Padres de la Iglesia han descrito por medio de muchísimas metáforas la necesidad de hacer oración. San Juan Crisóstomo escribe que la oración es para el cristiano lo que el muro para la ciudad, la espada para el soldado, el puerto en la tempestad, el bastón para el que cojea. Y si en el Paraíso todo crecía gracias a una fuente abundante de aguas, en la vida espiritual esta fuente que riega y hace crecer todas las virtudes es justamente la oración.
San Agustín dice que la necesidad de orar existe a causa de nuestra debilidad, consecuencia del pecado: somos así de débiles que no podemos hacer nada por nosotros mismos. Los autores orientales insisten más bien en otro aspecto: si estuviéramos sin pecado, oraríamos todavía más.
Y Teófanes el Recluso, un autor ruso (muerto en 1894), escribe que el hombre se compone de tres partes: el cuerpo, el alma, y el Espíritu Santo. Cada parte tiene sus necesidades y su forma de vivir: el cuerpo se mueve, se nutre, respira: el alma piensa, decide, siente; el Espíritu Santo ora. Por esto a la oración se la puede definir como la respiración del Espíritu. La oración es como el barómetro que indica el nivel de la vida espiritual.