Por D. Alberto Sánchez León
Voy directamente a responder a la pregunta sin preámbulos ni introducciones. Con un sacerdote se puede hablar de todo. Repito: de todo.
Ahora intentaremos ir al detalle.
Cuando uno siente la necesidad de abrir su alma con una persona -ya sea sacerdote o laico, pero en todo caso que le dé confianza-, se supone que el objetivo es crecer como cristiano, como hijo de Dios. Entonces, si aceptamos el supuesto, el tema principal deberá ser el amor de Dios en nuestras vidas. Si Cristo es el centro de mi vida o no. Y, si Él no es el centro, entonces cómo puedo centrar mi vida en Él. Por eso, uno de los temas obligados para hablar en el acompañamiento espiritual será el tema de la oración personal: cómo rezo, cómo me dirijo a Dios Padre, a Dios Hijo, a Dios Espíritu Santo, cómo pido, cómo doy gracias, cómo adoro, cómo pido perdón, cómo perdono a los demás y a mí mismo, cómo acepto y me acepto.
Y como la oración de un cristiano es muy amplia, porque al fin y al cabo el tema de la oración personal ha de ser el tema de mi vida (mi trabajo/estudio, mis amigos, novia/mujer/novio/marido, mis preocupaciones, mis alegrías, mis fracasos, mis triunfos, mis miedos, mis proyectos, mi vocación, mis virtudes, mis defectos, mi carácter, etc.,), entonces la conversación con el sacerdote irá dirigida a mi propia vida, pero… mi vida con Jesús. Por eso decía que se puede hablar de todo…, porque todo es importante en mi vida, y a Dios mi vida le importa, le interesa, y le interesa mucho, le interesa todo y mucho. Por tanto hemos de hablar de nuestra vida (y no de la vida de mi novia/novio, mujer/marido).
Al acompañamiento espiritual, es decir, a la conversación frecuente con el sacerdote hemos de ir con la disposición de querer acertar con nuestra vida cara a Dios. Sin esa disposición no tendría ningún sentido hablar. Por eso, hablar de nuestras preocupaciones, hablar de qué es lo que nos inquieta, qué me quita la paz interior, qué me hace estar encogido ante la vida puede ser un buen arranque. Pero no hay recetas. Cada uno es cada uno. Y esto es importante especialmente para el sacerdote: cuando nos ponemos a hablar con una persona dispuesta a abrirnos su alma, dispuesta a compartir su intimidad, su corazón, su núcleo personal entonces lo único que cabe es la escucha atenta, el respeto infinito a esa persona, la delicadeza extrema en el acompañamiento.
Para aquellos que se preguntan de qué puedo hablar con un sacerdote, dejo aquí una lista, a la que cada uno le tendrá que poner su “toque” personal, y por supuesto, saber que no tiene que agotar en una conversación con el sacerdote todos los temas que se sugieren a continuación:
- Centralidad de Cristo en mi vida.
- La dimensión de mi oración personal y la frecuencia de mi vida sacramental.
- Mi fe. Si cuento con la gracia de Dios o más bien cuento con mi lucha.
- Mis preocupaciones, inquietudes, miedos (intentando llegar a las causas). Mis alegrías (lo que llena mi corazón, o lo que lo ensancha).
- Mi familia, cómo vivo el cuarto mandamiento.
- Mi amistad, la calidad de mi amistad. Si rezo por los demás, si me sacrifico por ellos.
- Mi vocación, la misión de mi vida en el mundo. El plan de Dios para mí.
- Mis virtudes, mis defectos. Detectar cómo pienso que soy; si aprovecho mis defectos para conocerme mejor.
- Mi trabajo, mis hobbies, mi descanso.
MI VIDA ENTERA CON DIOS
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