¿Te gustan las novelas? Te copio una referencia a una novela de Bruce Marshall, de la que habla el Papa Francisco en una entrevista, hace ya algunos años: “El abad Gaston debe confesar a un joven soldado alemán que los partisanos franceses están a punto de condenar a muerte. El soldado revela su pasión por las mujeres y las numerosas aventuras amorosas que ha vivido. El abad le explica que debe arrepentirse para conseguir el perdón y la absolución. Y él responde: «¿Y cómo hago para arrepentirme? Era algo que me gustaba y, si tuviera ocasión, volvería a hacerlo ahora también. ¿Cómo hago para arrepentirme?». Entonces, al abad Gaston, que quiere absolver a ese penitente marcado por el destino y ahora al borde de la muerte, le viene a la cabeza una idea brillante y pregunta: «Pero ¿a ti te pesa que no te pese?». Y el joven, espontáneamente, responde: «Sí, me pesa que no me pese». Es decir, siento no estar arrepentido. Ese lamento es la pequeña grieta que permite al cura misericordioso dar la absolución.”1
No sé a ti, pero no es raro que a mí me pase algo parecido: tengo la necesidad actual de confesarme, y me detienen distintos pensamientos: «otra vez lo mismo, soy un miserable»; «para qué si no va a cambiar nada»; «estoy cansada de luchar y de volver caer». Una confesión es un “te quiero” dicho a Jesús: con ganas de querer, pero sin fuerzas para querer. Desfondado. Uno va a la confesión, precisamente, a aprender a querer. En su doble sentido: aprender a querer a ese Jesús a quien uno ha ofendido al hacerse daño a sí mismo con el pecado; y aprender a querer ser mejor.
Párate. Detente un segundo a pensar en el abrazo que supone la confesión, en la ayuda inestimable que aporta para seguir aprendiendo a querer. Absolución: mirada sonriente de Jesús que acoge y abraza: «qué alegría me da que vengas a pedirme perdón; claro que te perdono». Y si te paras al salir del confesionario, notarás en tu interior: «¿quieres que ahora luchemos juntos?». ¿No te da envidia -de la buena- ver sonreír a la gente tras una buena confesión? Pues ahora que empieza, ¿qué mejor medio de comenzar la Cuaresma que con una confesión sincera?
1 El nombre de Dios es misericordia. Una conversación con Andres Tornielli, Barcelona, Planeta Testimonio, 2016, cap. “Al lector: La mirada de Francisco”, in fine.
Lejan de Cos
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