Marcos Gómez (Segovia, 1949) es «doctor en medicina por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y Doctor Honoris Causa por la Universidad Nacional de Uruguay». Expresidente de la Sociedad Española de Cuidados Paliativos. Él fue, entre otras cosas, el encargado de poner en marcha la primera unidad de cuidados paliativos de toda España en el Hospital Universitario Doctor Negrín en Gran Canaria.
—Porque ahora mismo, ¿quién está al cargo de los cuidados paliativos en España?
—Pues el que quiere. No hay ninguna forma de seleccionar o de ver si un profesional puede o no hacerlo.
No hay ninguna especialización, ninguna titulación avanzada que demuestre que una persona sabe hacer los cuidados paliativos. Ese es uno de los grandes obstáculos que tenemos en España. Repito, somos el único país de Europa que no tiene ninguna titulación.
—Al final de la vida, en muchas ocasiones, se sufre dolor además de otra sintomatología, sin embargo parece haber una barrera. No queremos ni escuchar hablar de los paliativos.
—El origen de eso que usted me está diciendo está en la tanatofobia de la sociedad de hoy. Hay auténtico pavor a la muerte. Nadie habla de ella y, como consecuencia, tampoco nadie quiere saber nada de las personas que se acercan a la muerte. De ahí el terror a los enfermos avanzados que van a morir y a los propios ancianos.
Todo lo que nos recuerde al futuro que nos espera goza de poca popularidad. Al ser tan vocacionales, se presta la mejor atención imaginable.
—Le propongo recapitular y comenzar desde lo más básico: ¿qué son los cuidados paliativos?
—Los cuidados paliativos son los que se suministran a las personas que tienen necesidades específicas porque no disponen de curación para su enfermedad y la evolución es hacia la muerte. Enfermedades incurables, para las que se han descartado todas las posibilidades de tratamiento y cuyos pacientes tienen múltiples problemas y síntomas: físicos, psíquicos, sociales y espirituales a los que hay que dar respuesta.
Nuestro objetivo no es cuidar solo al enfermo, sino también a los familiares, porque hay veces que estos lo pueden pasar peor que el propio paciente. No se trata de atender a enfermos moribundos. No ayudamos a morir, ayudamos a vivir hasta el final.
—Habla de necesidades espirituales, lo que pasa es que rechina oírlo en una medicina con un enfoque tan biologicista como la actual.
—Antes de nada, debemos diferenciar las necesidades espirituales de las necesidades religiosas. El ser humano tiene una dimensión espiritual que es lo que nos diferencia del resto de los seres vivos; ateos o no ateos. Después surgieron las múltiples religiones que han ayudado a dar respuestas a esas múltiples necesidades espirituales.
Ahí es donde nosotros podemos ayudar mucho a los enfermos a reconciliarse, a dar sentido a su vida, etc. Y si algún enfermo quiere canalizarlo a través de su religión, pues le ponemos en contacto con algún sacerdote o con un pastor de su credo para que resuelva ese otro conflicto suyo, que es el religioso. Pero las necesidades espirituales son comunes a todos los seres humanos.
—¿Qué realidad le espera a una persona que acaba de salir de una consulta en la que su médico le ha dicho que no puede hacer nada más por él?
—Lo primero es que nunca debe decirse así. Eso de que «no hay nada que podamos hacer por usted» no es verdad nunca. Es cierto que no podemos hacer nada por curarle, pero podemos y debemos hacer muchísimo para ayudarle a transitar por un arduo camino que le espera y que es el proceso de su propia muerte. Ahí tenemos la primera cuestión importante:
La persona tiene derecho a saber lo que le está pasando y nadie está autorizado a mentirle, porque además es ilegal.
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