Muchas veces, os habrá pasado que tenéis que tomar decisiones importantes que, incluso pueden condicionar vuestras vidas o que tienen consecuencias muy importantes en ellas. Entonces, empezamos a dudar cuál es la decisión más acertada, cuál nos conviene, y si verdaderamente es la que nos conviene, o la que nos apetece en ese momento. Y así, empezamos a tener dudas y más dudas, hasta que sin darnos cuenta, esa incertidumbre, termina hasta por robarnos la paz.
La verdad es que los cristianos, en este tipo de situaciones, contamos con una ventaja enorme, y es que sabemos que la decisión más acertada es la que Dios quiere para nosotros. A veces, escoger el camino de Dios no viene de tener que decidir algo importante, sino que afecta simplemente en cómo llevamos nuestro estilo de vida, cómo influimos y ayudamos a los demás, o como cultivamos nuestros amores y nuestras relaciones sociales.
En el mundo en el que hoy nos movemos, estamos influidos por tantísimas cosas, que escoger el camino correcto, el camino de La Verdad, no es nada fácil; más bien al contrario, se ha convertido en todo un reto, porque incluso podría decirse que, en cierto modo, implica ir a contracorriente.
Pero debemos recordar que, La Verdad no es lo que propone o hace la mayoría, porque entonces ésta variaría en función de la época en la que nos encontremos, el ambiente en el que nos movamos, o incluso la educación que hayamos recibido.
Los cristianos, (e incluso lo que no lo sean), tenemos una misión por la que estamos en este mundo, que es ser plenamente felices amando a los demás, y dejándonos amar. Inevitablemente, esta realidad objetiva nos conduce a lo que Jesús nuestro Padre nos pidió a cada uno de nosotros: “Que os améis unos a los otros, como Yo os he amado”, que “amemos a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a nosotros mismos”. Y cuánta verdad hay en estos mandamientos, porque son el camino verdadero para llevarnos a alcanzar la plenitud y la felicidad como Hijos de Dios.
El amor es en última instancia, la Verdad por la que debemos movernos, y eso nos debe llevar a tener presente a Dios en cada circunstancia, porque Dios es amor; y de ahí que todas las personas, con independencia de sus creencias deben vivir en él y en comunión con él, porque en fin, es a lo que estamos llamados; razón por la que nos sentimos plenos cuando amamos a los demás y nos dejamos amar.
Precisamente, la Verdad que Dios nos propone vivir y que podemos encontrarla en su Palabra, es la única verdad de la que nunca debemos dudar, con independencia de que seamos los únicos en creerla o en vivirla, pero es la Verdad que perdura, la que merece la pena, y la que nos va a reconfortar cuando vivimos conforme a ella.
Debemos recordar que Dios es nuestro Padre, y que quiere a todas las personas infinitamente. Por lo tanto, ¿qué sentido tendría que Dios como Padre, nos propusiese algo en su Palabra que no fuese verdad? Y seguro que, en muchísimas ocasiones, hemos querido interpretar su Palabra para conducirla a lo que queremos creer, aunque en el fondo sabemos que no es lo que Dios nos propone.
Otras veces, podemos creer que es tan difícil seguir muchos valores porque se viven tan poco a día de hoy, que tendemos a ponerlos tan en duda, que dejamos de encontrar las razones por las que creemos en ellos. Todo eso, es normal porque somos seres humanos y tenemos nuestras flaquezas y debilidades, y es inevitable vernos a veces influidos por algo que está muy de moda, “la presión social”; pero no debemos olvidar, que una cosa es lo que nos hace sentir bien en el momento, lo que nos da comodidad, y otra muy diferente, es la que nos da la felicidad.
Y puedo asegurar que solo los que siguen el camino que Dios propone, los que viven de forma coherente a su Verdad, son las personas verdaderamente plenas, fuertes y felices.
Al final, la Verdad, el Camino que Dios propone, implica lucha, esfuerzo, sacrificio, renuncia…pero es que precisamente las cosas que valen, las buenas amistades, los amores verdaderos, son los que verdaderamente perduran, y por eso Dios nos pide que vivamos de acuerdo con esos mandamientos, porque están fundamentados en el amor de verdad; No en el cariño, en la diversión, o en cuestiones superficiales, sino que se basan en unos valores que dan solidez y que nos llenan de verdad.
Por eso, os propongo que seamos fuertes y firmes en nuestra decisión de seguir a Jesús y a sus mandamientos, de vivir de forma plenamente coherente con lo que Él nos propone, que nuestro amor por Dios, por los demás y por nosotros mismos, sea tan verdadero que no dudemos que seguir cultivándolo no depende de nuestras apetencias, nuestros gustos o nuestro estado de ánimo, sino que va mucho más allá. Y de verdad, creo que merece la pena cultivar y vivir su Verdad, pues es el único camino que nos lleva a su Amor, y por tanto, a ser personas felices, que no solo aporten cosas buenas a sus vidas, sino también a las de todas las personas que nos rodean.
Para terminar, te propongo algo: si tienes dudas de qué es lo que Dios quiere de ti en alguna circunstancia, qué es lo que espera que hagas o que decidas, y por más que lo piensas no consigues descubrirlo, ponte delante de un Sagrario; y si no lo tienes cerca, encuentra un momento tranquilo para hacer Oración y hablar con Él…
Habla con Él, no como un Jefe que espera un gran resultado de ti, sino como un Padre que te mira con muchísimo cariño, compasión, ternura y alegría de que estés ahí, con Él y para Él; y en el silencio, en el fondo de tu corazón, conseguirás escuchar qué es lo que espera de ti, y ten por seguro, que eso que espera, es lo que más te conviene, pues nadie quiere nada mejor para ti, que Dios tu Padre que te quiere con locura; tanto que ha dado su vida por ti.