Por María Claudia Enríquez
Esta fue la pregunta que motivó la catequesis del Papa Francisco en su encuentro con los jóvenes y catequistas congoleños en su reciente viaje apostólico por África. Invitando a cada uno de los presentes a mirar por un momento sus manos los llamó a interpelarse por el hecho de ser únicos e insustituibles en el tiempo y en el lugar en el que les toca vivir siendo allí enviados a ser testimonios vivos de Jesús.
Como bien lo mencionó el Papa, las manos pueden servirnos “para construir o para destruir, para dar o acaparar, para amar o para odiar”. Esto nos puede ayudar a pensar si realmente somos jóvenes de manos abiertas, disponibles, entregadas o si muchas veces vivimos con el puño cerrado convirtiéndonos en manos egoístas incapaces de abrirse a los demás.
Sin embargo, una vida con manos abiertas y disponibles nos requiere una serie de ingredientes, dice el Papa, que a su vez podemos asociar a cada uno de los dedos de nuestras manos para no olvidarlos. Estos ingredientes son: la oración (dedo pulgar), la comunidad (dedo índice), la honestidad (dedo medio), el perdón (dedo anular) y finalmente el servicio (dedo meñique).
Mirarnos las manos y recordar cada uno de estos ingredientes para ver cómo estamos viviendo nuestro llamado a ser jóvenes seguidores de Jesús es una buena práctica para descubrir en qué aun podemos ser más generosos.
Rescatar la importancia de llevar una vida que esté enraizada en la oración y en la lectura de la palabra de Dios, que es palabra viva que nos reconforta y consuela en el camino de la vida, es el primer ingrediente para que nuestra vida tenga sabor a Evangelio.
Asimismo, estamos llamados a vivir en comunidad, a ocuparnos de nuestros hermanos, a hacernos cargo, a vivir de manos tendidas para levantar y ayudar a los demás, no de manos cruzadas, aislados, e indiferentes ante el sufrimiento que nos rodea. Jesús jamás es indiferente con nosotros tampoco nosotros debemos serlo con los demás. Somos familia, la humanidad toda, y debemos buscar amar de manera fraterna a todos sin excluir a nadie.
Al respecto de la honestidad, el Papa señaló: “El cristiano no puede más que ser honesto, de lo contrario traiciona su identidad. Sin honestidad no somos discípulos ni testigos de Jesús; somos paganos, idólatras que adoran su propio yo en vez de adorar a Dios, que usan a los demás en lugar de servirlos”. En este sentido, procuremos un corazón cada día más honesto para con Dios que sea Él quien ilumine todas las oscuridades de nuestra vida y nos regale la gracia de poder vivir en la verdad. De su mano seremos capaces de trasformar con amor de entrega nuestra vida y la de los demás.
Al llegar al cuarto dedo, el dedo anular, mencionó la importancia del perdón: “Amigos, para crear un futuro nuevo necesitamos dar y recibir perdón”, expresó. Qué importante es no olvidarnos nunca de la misericordia que Dios tiene con cada uno de nosotros para poder actuar de la misma manera con nuestros hermanos. Ser generosos con el perdón también habla de nuestra identidad como hijos de Dios.
El último ingrediente que corresponde al dedo meñique es el servicio que nos lleva a vivir en movimiento hacia los demás, cada uno es capaz de hacer algo, sólo tenemos que hacernos la pregunta: “¿Qué puedo hacer yo por los demás?” sugirió el Papa. Allí en tu familia, con tus amigos, con tu comunidad, en la universidad, en tantos lugares podemos ser servidores, hacer el bien contrarrestando el mal que a veces contamina los ámbitos de nuestra vida cotidiana.
El valor del encuentro, la mirada y la sonrisa más allá de las pantallas.
Quiero destacar que en una parte de su catequesis con los jóvenes el Papa hizo referencia al tiempo que estamos frente a las pantallas y particularmente frente al celular. De allí me surge esta pregunta que cada uno puede contestarse de manera personal: ¿Cuántas horas del día tus manos sostienen el celular sin sentido?
Ser honestos con nosotros mismos es parte de este camino de conversión que nos lleva buscar vivir como verdaderos seguidores de Jesús. Al respecto, el Papa señaló: “los jóvenes quieren justamente estar conectados con los demás, pero que las redes sociales a veces los confunden. Es verdad, la virtualidad no basta. No podemos conformarnos con el mero interactuar con personas lejanas e incluso falsas. La vida no se escoge tocando la pantalla con el dedo. Es triste ver jóvenes que están horas frente a un teléfono. Después de que contemplaran tanto tiempo la pantalla, los miras a la cara y ves que no sonríen, la mirada está cansada y aburrida.
Nada ni nadie puede sustituir la fuerza del grupo, la luz de los ojos, la alegría de compartir. Hablar, escucharse es esencial; mientras que en la pantalla cada uno busca sólo lo que le interesa, ustedes descubran cada día la belleza de dejarse sorprender por los demás, por sus historias y sus experiencias”.
Pidamos a Jesús que nos enseñe a ser cada día más humanos capaces de acariciar el mundo con un amor capaz de transformarlo todo para mayor gloria de Dios.
Amén
Texto de la catequesis del Papa Francisco: Aquí