Mediodía del 11 de febrero de 1858. María Bernardette Soubirous, pastorcilla de pocos años, ha salido de casa, acompañada de su hermana y una amiga, en busca de leña. Cerca, metido en la montaña, está el pueblecito pirenaico de Lourdes; apenas un montón de casuchas junto a un camino.
De repente estalla un ruido alrededor de una roca. Bernardette mira, asustada, y ve a una jovencita de su misma estatura, de rostro angelical, vestida toda de blanco, ceñida por una banda azul, cubierta con un velo resplandeciente y adornadas sus manos por un hermoso Rosario, la contempla dulcemente. No le dice nada, pero deja grabada en el corazón de Bernardette una impresión indeleble.
Diecisiete nuevas apariciones se repiten a lo largo de los meses siguientes. Por fin, la Virgen expresa sus deseos. Quiere que, junto a la gruta, sea levantada una capilla y que los cristianos acudan a ella, todos los años, en procesión. Y dice ser “La Inmaculada Concepción”.
Muchas personas critican a la niña que, tranquila y segura de sí, sostiene firmemente su visión ante distintas personas que visitan el lugar.
Después de muchos estudios la Iglesia Católica admite el carácter milagroso de dichas apariciones. En 1976 es consagrada la basílica en honor de la Virgen, junto a la gruta de Massabielle. También en la misma fecha es coronada la imagen de la Virgen.
Millones de creyentes, procedentes de todas las partes del mundo, han acudido, desde entonces, a postrarse a los pies de la Virgen de Lourdes, para rezar con amor y devoción.
Millares de enfermos han sido curados por María según rigurosos estudios científicos llevados a cabo. Las visiones de Bernardette son motivo de esperanza para muchas personas que confían en las gracias singulares de la Madre de Dios.
Rafael de Mosteyrín Gordillo
Córdoba