No me gustan los eufemismos; no me gusta que se hable de interrupción voluntaria del embarazo cuando se habla del aborto o que se hable de ayudar a morir bien cuando se está hablando de eutanasia (o que a la gente con discapacidad ahora se nos llame «personas con diversidad funcional», que no sé muy bien lo que significa y se asemeja bastante a un insulto refinado).
No me gusta porque es disfrazar algo feo con palabras menos feas para maquillar la verdad. Y además, en muchas ocasiones, implica falta de libertad y siempre un grave atentado a los derechos fundamentales de las personas.
Ya dijo Chesterton aquello de que «llegará el día que será preciso desenvainar una espada por afirmar que el pasto es verde» y yo desde aquí la desenvaino para decir que sólo existe libertad si hay conocimiento y con eufemismos no hay verdad y por tanto no hay conocimiento y por tanto no hay libertad.
En el caso de la eutanasia es más barato matar a la gente que asumir el gasto que supone dar a los pacientes una vida digna hasta el momento de su muerte (según números hechos por Jordi Sabaté, enfermo de ELA, a su familia le cuesta 6.000 € mensuales el que él siga viviendo) y en el caso del aborto —a estas alturas de la vida todo el mundo debería saber que la vida empieza en el momento de la concepción y que lo que se mata no es un animal sino un ser humano— además de un negocio para el Estado y las clínicas que, por supuesto, no están dispuestos a renunciar a ese dineral, hay mucho desconocimiento por parte de las madres y poca información sobre otras alternativas que funcionan bien y que no implican matar a nadie.
El Estado debería fomentar la natalidad, las ayudas a las familias, la investigación y los cuidados paliativos. Y conseguir así que nos ilusionásemos por tener hijos, muchos hijos, porque íbamos a poder mantenerlos sin problema, y que llegar a la vejez no fuera un problema social y familiar y que enfermar no supusiera miedo al futuro, miedo a que no tengo otra opción que solicitar la eutanasia.
No está sana una sociedad que únicamente propone soluciones negativas. No está bien que se promulgue y se celebren leyes que cercenan la libertad y los derechos de las personas. Si no defendemos la vida de nuestros hijos, de nuestros abuelos y de nuestros enfermos, ¿qué nos queda como sociedad? ¿En qué dirección evolucionará una sociedad basada en la muerte del indefenso?
Como yo soy optimista por naturaleza (con un poco de esfuerzo a veces), creo que la solución está no sólo en corregir lo que está mal, sino en proponer una cultura de la vida real. Cambiar los corazones de la gente, fomentar la libertad individual y la responsabilidad de cada uno ante sus actos. Y ayudar a que los propios actos no nos lleven a cometer más tonterías que las ya cometidas.