Terminamos el año 2022 con un triste récord de violencia contra la mujer y hemos comenzado 2023 en la misma línea.
Mi buen amigo Miguel Ángel Ariño se preguntaba en su blog [aquí] si no tendríamos que hacer algo más que mejorar la eficacia de las medidas de protección de las mujeres que se encuentran en la dramática situación de sufrir una de las peores violencias que se pueden imaginar: la de aquel a quien quisiste amar un día…, y acaso aún amas.
Es importante que el sistema de protección funcione correctamente. Nadie lo pone en duda. Pero, me temo que, hasta que no vayamos decididamente a la raíz, no mitigaremos esta lacra. Terminar con ella no parece fácil, pues la historia y la actualidad están plagados de ejemplos de maldad humana, y es evidente que el progreso social no siempre va en la dirección de mejorar a las personas en lo más profundo para orientarlas hacia el amor.
Probablemente, hay un elevado consenso en que la prevención es el camino. Algo estamos haciendo mal cuando, en el siglo de mayor solidaridad y avance social, los abusos y crímenes contra la mujer no hacen más que crecer.
Sin ánimo de exhaustividad ni garantía de acierto, se me ocurren algunos errores básicos en nuestro sistema de educación en valores que podrían estar empujando en la dirección equivocada:
- La tendencia a reducir la sexualidad a la genitalidad en lugar de contemplarla como lo que es: una dimensión transversal de la persona que impregna todo su ser y guarda una relación evidente con la generación de nuevas vidas. Fabrice Hadjadj, con su ironía y provocación habituales, lo expresa así en su obra La profundidad de los sexos: “¿Dónde estamos hoy? Los pulmones sirven todavía para respirar. Al estómago nadie le discute su función digestiva. Pero, ¿y el sexo? Sería idiota quien respondiera que su fin es la procreación. Y sus otros destinos tampoco se sostienen. ¿Puede decirse que se reduce a la relación entre hombre y mujer?”
- La mera identificación de la sexualidad con el placer, olvidando sus otras dimensiones: la unión personal, la entrega libre y comprometida y la procreación. No hay más que asomarse a algunos de los programas de educación sexual en nuestras escuelas, orientados a promover en niños que aún no han llegado a la pubertad ni al señorío de sí mismos el conocimiento, reconocimiento y disfrute solipsista o instrumentalista del placer. O dejarse impregnar por las letras de cualquier canción de reguetón que nuestros hijos, ¡y nosotros por extensión!, escuchan a diario y todos bailamos en las bodas, que son un paradigma difícil de superar del machismo más trasnochado.
- El alejamiento de la sexualidad del ámbito que le es propio, la intimidad, transformándola en objeto y en mera información de uso y consumo para nuestros menores. El conocimiento puramente biológico del cuerpo puede ayudar a descubrir el auténtico significado de la sexualidad (la entrega de la persona en su integridad) solo si va acompañado de la suficiente madurez espiritual, enseñaba Juan Pablo II en sus catequesis sobre el amor humano. La desnudez cruda y expuesta se ha utilizado siempre por los totalitarismos en los campos de concentración para eliminar la sensibilidad personal y el sentido de la dignidad humana, devaluando al ser humano y transformándolo en un ser indiferenciable. La verdad del cuerpo humano está en el sentido de la intimidad y la coherencia con su significado de entrega de un hombre a una mujer y viceversa, explicaba.
Cuando el sexo se separa del ámbito que le es propio, la intimidad y la dignidad de la persona que lo posee, y se busca por sí mismo, se acaba cosificando a la persona. El riesgo es que la persona, que, como insistía Kant, es un fin en sí misma, se transforme en un medio para otro, un instrumento a su servicio. Ahí radica el origen de la pornografía, de la trata de blancas y del comercio del cuerpo (mayoritariamente, el femenino): en una contemplación del cuerpo como mero instrumento de placer, como objeto. Y, como los objetos no son capaces de colmar el corazón humano, se cae fácilmente en una espiral inacabable, la absorción egoísta del placer y la búsqueda continua del máximo placer posible.
Cuando los rasgos que he expuesto inspiran la educación sexual, no es difícil que los amores se transformen en relaciones posesivas que no logran profundizar en la persona amada y se mueven torpemente en la superficie, generando un sentimiento de propiedad impropio de la dignidad humana: tú eres mía y yo hago contigo lo que quiero porque aquí el importante soy siempre yo y mi disfrute personal.
Son solo algunas ideas. Tampoco pretendo agotar el tema en un post.