Por María Cruces Doblaré
Cada noche cuando cojo el sueño aparezco en una ciudad, las calles están vacías y las luces de las farolas son más tenues, como hace muchos años.
Me acompañan varios sonidos en este paseo eterno que recorro cada noche cuando me voy a la cama. Esas fuentes que no cesan, las campanas de cada iglesia que marcan las horas de mi reloj, ese que nunca llevo porque me gusta que ellas me avisen, el sonido de cada una de mis pisadas por esas calles con sombras de siglos, ese suelo que ha sido pisado por tantas culturas, ese que ha soportado tanto…
Pero mi mejor compañía en ese sueño no es el olor a azahar, ni el rumor del chorro de agua que cae hacia el azulejo, ¡eres Tú, Señor! Vaya por donde vaya, siempre estás conmigo, me enseñas que esa ciudad es como el recorrido del camino que hay que seguir en la vida. Cada calle por la que paseo contigo es una etapa diferente, donde me enamoré, donde veré a mis hijos dar sus primeros pasos, donde disfrutaré haciéndome mayor y donde moriré.
Gracias por regalarme ese sueño cada noche y sobre todo por entrar dentro a pasear conmigo. Sé que esa ciudad es mi hogar y que Tú, aunque vivas dentro de mi corazón, siempre estás allí, esperándome cada noche para conversar y enseñarme cosas nuevas.