Hace unos días Pau Gasol decía en una entrevista: «la obsesión es necesaria para llegar a la genialidad. Cuando el resto tira la toalla, tú no». Frases como éstas y otras parecidas son conocidas por todos. De hecho, podríamos afirmar que todos conocemos cómo tener éxito y hasta tenemos experiencia de quién lo ha conseguido.
Lo mismo ocurre en el plano de la santidad. Sabemos que hay que hacer para ser santo y conocemos quiénes han logrado la corona, pero ¿Por qué yo no? La respuesta no es unívoca, pero sí hay un factor que acompaña al aparente fracaso: el miedo. Tenemos miedo a la santidad verdadera porque lo que buscamos, aunque no lo digamos, es una santidad a la carta y al comprobar que esa santidad no es más que un farsa se produce el dolor del fracaso: no puedo ser santo, sólo bueno.
Cuentan de un famoso jugador de baloncesto, como Gasol, que al terminar el equipo el entrenamiento se quedaba en la cancha de basket tirando el solo 1000 tiros libres. Tenía el mejor porcentaje de tiros libres de toda la ACB.
Ser santo requiere el esfuerzo de superar el miedo a la santidad y, en concreto para poder lograrlo hay que hablar con Dios porque es muy difícil ser santo sin hacer la oración. El mismo Jesús nos lo dice cuando en la oración que nos enseño dice que queremos que se haga su voluntad en la tierra como en el cielo y para eso es necesario escuchar la voz de Dios. Jesús en el momento que siente temor, en el huerto de los olivos, lo que hace es rezar.
Hacer la oración para quien quiere ir al cielo es una necesidad y no mera conveniencia.