Dicen que la soberbia muere 24 horas después de morir uno. Y es que todos somos un poco soberbios y algunos lo somos mucho.
Yo mido mi soberbia en toneladas y si algún capón de alguien me señala el camino de la humildad, pues lo agradezco, porque la soberbia es como llevar dos fardos llenos de piedras en la espalda mientras intentas coronar el K2. ¿Os lo imagináis? Pesa, estorba y hace daño a uno mismo y a los demás.
Por eso, conviene rodearse de gente humilde, afable, amable y dócil, y aprender de ellos. Casi os diría que hay que tomar nota de gente así. Ir con papel y boli en el bolsillo para escribir lo que dicen y sobre todo ¡cómo lo dicen! Las formas y el tono en el que hablan y cómo se dirigen a los demás es un arte que hay que intentar aprender día a día; pero no únicamente porque facilita la convivencia y evita los malos entendidos, si no porque «de ellos es el Reino de los cielos». Y, sinceramente, yo quiero ir al Cielo. Y se lo he contado a la Virgen y le he pedido ayuda y no le ha parecido nada mal, y me ha dado su mano e intento ir a todos lados con Ella, a ver si se me pega algo.
Y de su mano, entramos en el tiempo de Adviento, tiempo de espera, recogimiento y preparación para la venida de Dios a la tierra, que nos lleva derechitos al portal de Belén, en donde María, una virgen desposada con José, da a luz al Hijo de Dios.
Y contemplando estos misterios, me estremezco ante la humildad de María, que sin reservas dio su Sí y crio a Jesús con todo su amor de madre y lo acompañó durante toda su vida; y me maravillo ante la humildad de José que se quedó en segundo plano, sin brillar aparentemente y haciendo lo que tocaba en cada momento y le doy las gracias por su ejemplo y, finalmente, me postro de rodillas ante el Niño Jesús y, con permiso, lo cojo, lo arropo, lo acuno, le canto suavecito para que se duerma, le beso y le doy las gracias por venir a salvarnos y por enseñarme hasta dónde debo descender en mi orgullo si quiero llegar a ver a Dios: «si no os hacéis como niños no entraréis en el Reino de los cielos». Y yo quiero entrar, así que espero que poco a poco, día a día, sea cada vez más pequeña, más niña, y subir al cielo llevando a mucha gente conmigo.
Y mientras todo esto llega, con un poema navideño de Enrique García-Máiquez ¡os deseo una muy feliz Navidad a todos!
Belén es toda la vida
Yo, más viejo cada año
y Tú, cada año más Niño.
Yo, cada vez más de barro;
Tú, cada vez más divino…
Cuando termine el camino
y llegue, al fin, al Portal,
pondrás un soplo de espíritu
sobre mi carne mortal.
Elena Abadía