Por Javier Pereda Pereda
Imagen: Castillo de Santa Catalina. José Luis García Campos
La célebre copatrona jienense del siglo cuarto que hoy celebramos, Santa Catalina de Alejandría, presenta una larga tradición en nuestra ciudad. Su culto se difundió por toda Europa a partir del siglo VI.
En el Santo Reino introdujo su devoción en 1246 el rey santo Fernando III de Castilla al conquistar la ciudad. No es casualidad que en el monasterio de Santa María la Real de las Huelgas, en Burgos, realizado por Alfonso VIII, fuera coronado y armado caballero en 1219 el monarca de la casa de Borgoña; ni que la iglesia estuviera dedicada a la Asunción, y una de sus naves a santa Catalina. La veneración del reconquistador de Al-Ándalus a la santa de Alejandría provenía de la “Caput Castellae” y la implantó en la capital jienense.
Hay que distinguirla de Santa Catalina de Siena (s. XIV), la religiosa que contribuyó al regreso del papado a Roma tras el exilio de Aviñón. Cuenta la leyenda que, durante los ocho meses de asedio de las tropas cristianas a la ciudad, el rey Fernando tuvo una visión en la que santa Catalina le decía: “No te rindas, Fernando, no abandones el cerco de la ciudad, conquistarás Jaén y no se derramará una gota de sangre”. Así sucedió, el rey Alhamar, al comprobar que las vías de acceso con Granada estaban tomadas por los cristianos (Puerto Alto, Pegalajar, La Guardia y Martos) rindió vasallaje a Fernando III, firmando el “Pacto de Jaén”.
En agradecimiento a santa Catalina, el Castillo lleva su nombre. Allí, en una de las cinco torres del recinto medieval, la Torre albarrana, se construyó la capilla de Santa Catalina. En la Mezquita Mayor mandó construir la actual catedral bajo la advocación de la Asunción. Como muestra de agradecimiento del pueblo jienense su imagen está en la fachada central, encima de la Puerta del Perdón; a izquierda y derecha se distribuyen los cuatro evangelistas y cuatro Padres de la Iglesia (san Agustín, san Gregorio Magno, san Ambrosio y san Jerónimo). Más abajo san Pedro y san Pablo, y a la misma altura los tres medallones que representan a san Miguel, la Asunción y a santa Catalina. Dentro del templo sagrado figura la santa en la capilla de San José, en la cúpula y el trascoro.
El Convento de Santo Domingo (actual Archivo Histórico Provincial de Jaén) fundado en 1382, adquirió el rango de Universidad en 1629, con la denominación de Santa Catalina Mártir, muestra de su acendrada raigambre. Dos mujeres con estrecha relación ejercen de protectoras de Jaén:
Una, la Virgen de la Capilla, que la noche del 10 al 11 de junio de 1430 descendió a la ciudad de Jaén, según el relato de los testigos recogido ante la autoridad eclesiástica competente, y en un acta notarial dos días después.
La otra, santa Catalina, que, en el cortejo procesional desde la Catedral a la Reja, acompañaba al lado a la Dueña; al otro, un clérigo, san Idelfonso. Sus padres, Costes y Sabellina, pronto descubrieron en Catalina (en griego significa “pura”) su inteligencia, dulzura y belleza. Le facilitaron los mejores preceptores de la entonces pujante cultura alejandrina. Aquella intensa formación intelectual mediante el estudio de los clásicos y la filosofía, pronto le serviría como referente ante el mundo pagano de la época.
El emperador romano Majencio, que luchó contra Constantino en la batalla de Puente Milvio, impuso a los habitantes de Alejandría la adoración a los dioses. Catalina entendió que esa orden se oponía a la verdad y a sus convicciones cristianas, y así intentó explicárselo al emperador. Con respeto al gobernante y utilizando la razón —que no contradice la fe— quiso hacerle ver la inconsistencia de sus ideales. Éste ordenó que los 50 sabios de Alejandría intentaran persuadir a Catalina; pero ella les convenció para que se convirtieran al cristianismo.
También mostró su integridad al declinar ser emperatriz si abjuraba de sus creencias. Al no doblegar sus firmes principios el emperador mandó torturarla con una rueda de cuchillas que se rompió, hasta que le cortaron la cabeza. A Catalina se la representa con la rueda de púas, la espada, la palma y la corona de tres colores: blanco (pureza), verde (sabiduría) y rojo (martirio). La historia de Catalina resulta edificante: una mujer joven, laica y valiente que defiende la verdad ante los sabios y poderosos.