«La lectura del Evangelio me fue cambiando»

Testimonios

Sin Autor

¡Buenas! Me llamo Pepe, y tengo 27 años. Soy más de Madrid que los bocatas de calamares, y de los que van por tradición todas las navidades a tomar churros a la chocolatería de San Ginés. Crecí en una familia cristiana (aunque no siempre lo fue) y siempre he ido a medios de formación del Opus Dei, a quienes nunca voy a terminar de agradecer lo que hacen y han hecho por mí. El caso es que mi fe no siempre ha estado viva, no me comprometía. A día de hoy no soy santo, y mis miserias a veces tiran demasiado de mí, pero hubo un día en 2016 que supuso un antes y un después en mi vida.

Fue en mi cuarto de carrera, cuando estaba de intercambio en Seúl, y después de ir sin rumbo durante unos meses, que el Señor se me cruzó en el camino sin avisar, de golpe. A raíz de una serie de acontecimientos que ahora me llevarían muchas más líneas me empecé a hacer preguntas que en ese momento no estaba preparado para responder. Y empecé a rezar.

Siempre me habían hablado de la importancia de la oración, pero yo no había escuchado a Dios nunca, no tenía experiencia de oración.

Me propuse leer el evangelio del día y meditarlo durante cinco minutos, pero todos los días. No importa qué ocurriera o qué plan tuviera: antes de irme a dormir leía la Palabra mientras el temporizador iba contando hasta cero. Sin darme cuenta eso me fue cambiando. Empezaba a ver la realidad con otros ojos, con Sus ojos. No es que yo cambiara de repente, simplemente lo que antes me parecía un problemón perdía importancia, y empezaba a vivir de un modo agradecido.

Es cierto que hubo cosas que cambiaron radicalmente después de un tiempo, porque el Señor a través de mi razón y mi conciencia me sugería que las dejara, ya que veía que yo estaba llamado a cosas grandes. Aunque muchas veces me costara despegar los ojos del suelo. Con el paso del tiempo he podido madurar algo mi fe, investigar, estudiar, hacerme preguntas, descubrir lo maravillosa que es la Iglesia y el tesoro de su Magisterio, y he entendido que sin oración no puedo entender el plan que Dios tiene para mí. Y todo lo que está fuera de eso es dar pasos de ciego.

¿Cómo es posible que Dios haya creado criaturas con las que no se puede comunicar?

Es algo que para mí no tiene sentido. Soy muy consciente de que hacer oración cuesta, y mucho. Pero un sacerdote muy sabio me dijo que cuando más cuesta es cuando más valor tiene, y hasta he experimentado que así es. Otra cosa que me cuesta, y es que soy un poco impaciente, son los tiempos de Dios, pero mejor esperar el momento que Él quiera mientras hablamos en lugar de enrabietarnos sin entender nada ¿no? Al menos es así como yo lo veo.

¡Puedo decir que vale la pena! La oración a mí me da la fuerza que necesito cuando me fallan las mías, o la sabiduría en el momento concreto cuando no sé qué hacer (hasta en las reuniones de trabajo), pero requiere tiempo. Como jóvenes, en nuestro día a día tenemos cosas que nos cuestan, en cualquier ámbito, como dar un paso adelante y que la gente nos identifique como cristianos, o vencer esa pequeña (o gran) cosa que nos tira para abajo. «Sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15, 5) Yo sé que no puedo sin Él, y al menos trato de buscar un rato todos los días (sin móvil) en el que pueda hablarle de mis cosas, preocupaciones, alegrías, agobios, de mí, de Él.

El que lo hace sabe de lo que hablo, sabe que te cambia la vida, te eleva la mirada y te hace vivir a lo grande. Porque lo somos.

¡A por todas!

Pepe Guinea