En este último tiempo ha resonado con énfasis en el ámbito de la comunicación de la Iglesia la palabra sinodalidad. Para informarnos y ser más específicos, desde el mes de octubre del 2021, por iniciativa del Papa Francisco, como Iglesia, nos encontramos inmersos en un proceso de escucha y reflexión que nos invita a ponernos en camino “juntos” -unos con otros- para abrir senderos de encuentro genuino que promuevan la comunión, la participación y la misión.
Ahora bien, tanto se ha hablado de la sinodalidad que se me ha venido al corazón la pregunta: ¿Qué aporte podríamos hacer los jóvenes que de alguna u otra manera estamos comprometidos en nuestras comunidades o participamos de manera activa en la Iglesia a través de la coordinación de algún servicio o pastoral en concreto? Y es aquí donde se me presenta como respuesta esta llamada a colaborar con la construcción un nuevo estilo de liderazgo en nuestras comunidades, en nuestra Iglesia: el liderazgo sinodal.
Si entendemos que la sinodalidad es una llamada a caminar juntos como Iglesia, escuchándonos con cercanía y con amor, sin prejuicios, aprendiendo del que camina a mi lado, el liderazgo sinodal sería en primera instancia. Una llamada a involucrarnos desde el amor -que nos enseña Jesús- en el acompañamiento y servicio -con humildad y disponibilidad- para con quienes son nuestros hermanos y hermanos en el camino de la vida sin excluir a nadie.
Una llamada a promover la escucha, el dialogo y el respeto al que piensa diferente siendo pacientes y misericordiosos los unos con los otros.
Una Iglesia que quiere ser sinodal requiere una renovación y transformación en la manera de comunicarse con el mundo para poder experimentar la comunión. En este sentido, los jóvenes que hoy tienen un rol de liderazgo en sus comunidades también tienen una gran responsabilidad, la de escuchar con un corazón abierto el llamado del Espíritu Santo a ser testigos renovados en el entusiasmo y la esperanza de comunicar con la coherencia de vida una fe auténtica, motor de una vida misionera en lo cotidiano. Compromiso que, sin duda, requiere de un discernimiento profundo que nos fortalezca en la adhesión a esta misión.
Necesitamos una Iglesia más compañera, líderes que sean servidores capaces de inclinarse para lavar los pies como lo hizo el mismo Jesús. Inclinarse para ser empáticos y valientes animándose a tocar las realidades que más nos duelen.
Necesitamos jóvenes sinodales, que estén dispuestos a caminar “sin prisa” por este camino grande donde queremos que haya lugar para todos, pero donde cada uno de nosotros tiene que tomar de la mano a alguien para hacerlo parte en el camino. Nadie se salva solo y somos corresponsables en la tarea de construir una Iglesia realmente sinodal.
El camino siempre es un lugar de aprendizaje. Cada paisaje en el que nos detenemos en un viaje nos provoca sensaciones que nos interpelan. Sabemos también que en el camino podrán aparecer imprevistos y obstáculos. Asimismo, este tiempo de sínodo -camino compartido como Iglesia- nos debiera despertar la creatividad en el modo de liderar y acompañar. Ya sabemos que el camino es el amor y estamos siendo desafiados -una vez más- en el modo que tenemos de caminarlo.
Ojalá que cada joven que ama a Jesús pueda tomar de la mano a otro joven que no lo conoce o que se ha alejado, y a través del amor compartido -que se vuelve comunión y encuentro profundo- Jesús se siga mostrando vivo en cada compañero de camino.
Amén
María Claudia Enríquez
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