Este fin de semana he tenido la suerte de servir en el VII Retiro Effetá Bilbao, y la verdad es que iba con grandes expectativas, esperaba un encuentro con el Señor que me reorientase un poco, ya que llevaba unas semanas un poco flojo, y me diese un chute de fe alucinante.
Sin embargo, no me estaba dando cuenta de que egoístamente me estaba comportando como santo Tomás, que buscaba que Cristo se me apareciese o alguna señal clara de que estaba ahí conmigo.
Iba a rezar ante el Santísimo con mogollón de ruido en mi interior esperando que Él hiciera el silencio entre ese barullo, que fuera Él el que me dijese unas palabras esclarecedoras y que me diese esa paz que tanto anhelaba.
Pero ¿Poner yo algo de mi parte? Ni loco… estoy pidiéndoselo a Dios que todo lo puede… así que nada de actitud, llegar allí a 1.000 revoluciones y esperar que sea Él quien se encargue de todo.
Y ¡qué equivocado estaba!, hoy me he dado cuenta de que el primer cambio empieza por uno, por querer dar sentido a la intranquilidad o desasosiego, que el primer paso es desearlo y pedirlo, pero siendo consciente de que al Señor le tienes que pedir ese primer paso, un punto de partida para empezar a trabajar juntos.
Saberse querido, amado por Él y, que lo primero es desearlo y ahí entonces, empieza el inicio de ese recálculo de ruta, el inicio de una de las mil veces que le pediremos al Señor que nos ayude a volver a ser el centro de nuestras vidas. Pero que, sin embargo, no se trata de pedir, pedir, y pedir, sin ofrecer nada a cambio. Debemos de esforzarnos por quitar las piedras de nuestro camino, con su ayuda, por supuesto, pero con el firme propósito de hacer esfuerzos y ofrecérselos.
A veces, la rutina nos ahoga, nos metemos en una rueda de actividades a lo largo de la semana, que hacen que cuando llegue el domingo simplemente hayamos tachado una semana más del calendario, sin haberle dado sentido a cada día, sino que una semana más se ha esfumado.
Yo le pido al Señor que me ayude a disfrutar de cada día, a darle valor a todo lo que hago, pero con el ofrecimiento de mi esfuerzo en el estudio, de mi fortaleza y constancia en el trabajo, incluso cuando me piden labores que me dan muchísima pereza.
El primer cambio empieza por uno mismo, por ese deseo de pedirle al Señor que sea Él quien guíe nuestro camino, pero no esperando a que cambie tu vida sin ofrecer tu ayuda a cambio, que lo primero es ese deseo del alma de querer ponerte el mono de trabajo, remangarte y luchar por vivir en Él.
Jaime Martínez