El sacerdote. Una persona como las demás. Con sus debilidades, sus defectos, sus días buenos y malos, sus enfermedades y sus heridas emocionales, su carácter y sus capacidades. No es especial, no es un súper hombre, no es un santo por el hecho de ser cura. Es un cristiano. Un cristiano que ha recibido un don para poner toda su vida al servicio de los demás, y sobre todo para ser ministro de los sacramentos. Un poder que conlleva una responsabilidad. Un poder que no lo sitúa por encima de todos, sino por debajo, para servir. Pero que no cambia su personalidad, su carácter, sus pecados o sus errores. Un hombre entre los hombres que, como muestra la imagen, necesita ser rescatado por Cristo cada día, en cada caída, necesita ser reconquistado por su amor para darse al 100%, con alegría, a pesar de su debilidad, sin quemarse.
El sacerdote. Alguien al que hemos idolatrado, con el que a veces se nos olvida tener un trato humano, que muchas veces es cerrado o hermético porque ya se ha acostumbrado a que la gente solo venga a él para demandar, y nunca para ofrecer. Alguien que elige ciertamente la soledad, pero que a veces se siente solo, y necesita un paseo con alguien, una charla, un cine, una cerveza. Alguien a quien hemos de cuidar porque nos da lo más precioso que tenemos: a Cristo mismo y su perdón.
El sacerdote. Un personaje al que hemos vilipendiado. Hemos oído que todos están enfermos, que son unos reprimidos o unos mentirosos, ante quienes siempre mostramos exigencia o quejas, un personaje que ha perdido la confianza de la sociedad a causa del pecado de algunos de ellos, o de los prejuicios de la sociedad. Lo cual hace que se sienta extraño en el mundo, en el punto de mira, abrumado por su tarea no solo no reconocida sino puesta bajo sospecha.
El sacerdote. Un hombre de Dios que en su día se enamoró de Cristo y quiere dejarlo todo cada día por Él, aunque tenga sus debilidades y caídas. Que cada día vuelve a elegir servir y seguir sirviendo. Que necesita que le desinstalemos cuando se haya acomodado, que le amemos con cariño real, que le corrijamos con delicadeza, que le reconozcamos el bien que hace, para que no se frustre.
Publicado por el padre Jesús Silva en Instagram