Esta mañana estaba sentado tan feliz en mi confesionario cuando una niña de 10 años ha venido para contarme una gran preocupación.
Mire, Padre, ¿Sabe lo que me ocurre? Se me escapan algunas palabrotas y es que, Padre, escucho algunas que son muy asquerosas. Yo, cuando las oigo, lo que hago es rezar por esas personas. Padre, a veces, a los mayores se les escapan muchas.
Tengo que agradecer a esa niña la finura y delicadeza de alma y recordarme que enfadarme no justifica determinadas palabras en mi lenguaje: ¡Que importante es hablar bien! Es más, no demostramos nada bueno cuando nuestras palabras son mal sonantes, sino más bien todo lo contrario.