Dice un amigo, con su espíritu científico-físico, que hay que partir siempre de datos. Lo suele recordar en los encuentros para programar y otros eventos. Y yo le pregunto que a qué datos se refiere. Y él me dice que a los que tenemos delante, porque hay que abrir los ojos y ver la realidad. Y yo le respondo que, si hago eso, puedo poner notas a mis alumnos por estar bien sentados, o por vestir con uno color u otro, o por simplemente estar callados. Todos los profesores sabemos que una clase en silencio no es una clase atenta, pero están callados.
No son datos, sino lo que nos permite discriminar entre ellos lo realmente importante. Es decir, no el dato sensible puro, sino el criterio desde el que miro, busco, comprendo, interpreto. Y ese criterio, bien formado, me sitúa en un mundo donde la realidad tiene algo que ver con Dios o no, donde mi responsabilidad me obliga a un cierto amor al prójimo o no, donde lo que yo hago con mi vida tiene un carácter ético y trascendente o no. La cuestión es el criterio. Y, al mismo tiempo, el horizonte que contemplamos.
Vayamos entonces a lo concreto. ¿No necesitamos, para vivir la sinodalidad, comprender de otro modo el bautismo, la pertenencia a la comunidad, la gracia y al mismo Jesucristo? ¿No se dará más sinodalidad allí donde esto esté claro, haya formación, capacidad de relación dinámica y flexible con los acontecimientos de la vida? ¿No habrá, igualmente, más luz y más amor, donde la recuperación del bautismo como sacramento que nos incorpora a la Iglesia sea más profundo, saliendo de la superficialidad del rito, de la sociología de los elementos mecánicos y evolutivos, de la libertad que todos creen tener como quien dispone de un lápiz, un móvil o una pluma para escribir su historia?
En lo concreto, yendo a lo concreto, es donde notaremos lo que tenemos. Nuestra capacidad, pienso yo, de pertenencia a una comunidad adulta y madura, que se desarrolla a la luz del evangelio, que es vital, que va descubriendo al Espíritu, que no teme equivocarse más que quedarse inerte y paralizada, que no celebra realmente nada. En lo concreto, miremos lo concreto.
En esto le doy la razón a este buen amigo, en no negar la realidad. Diría más. Diría que es necesario no condenarla, no cerrarla, no darla por terminado, y llamar y llamar. Me parece que la Iglesia de puertas abiertas que el papa Francisco ha sacado más de una vez a colación no trata de edificios, simplemente. Es una actitud de la comunidad, acogedora y abierta, cambiante y en movimiento. Es decir, viva con la Vida del Padre, viva por la Vida entregada del Hijo, viva por la corriente fresca y creativa del Espíritu. Y en lo concreto, se nota.
José Fernando Juan