Todo comenzó con un… ”¡Venga, ¿nos vamos de voluntariado este verano!? Yo conozco a unas monjas en Perú, ¡podría estar muy guay la experiencia!” Y así fue como nos embarcamos en esta aventura.
Mi nombre es Ana, tengo 25 años y soy maestra de Educación Primaria. Hace unos años estuve de voluntariado en África. Esto fue lo que me movió a tomar la decisión de irme este verano a Perú, ya que sentía la necesidad de volver a vivir una experiencia de este tipo porque, en ella, realmente experimenté que hay mayor alegría en dar que en recibir.
hay mayor alegría en dar que en recibir.
La realidad es que, en el día a día, estamos inmersos en multitud de cosas que al final en vez de darnos la vida, nos la quitan. Por eso, después de este curso de no parar, necesitaba detenerme, salir de mí, de mi zona de confort y dedicar tiempo a los demás.
Por lo que, tras organizar durante varios meses con mucha ilusión este viaje, a principios de julio llegamos a una aldea llamada Jenaro Herrera, situada en la selva amazónica, en la ciudad peruana de Iquitos. Una vez allí, nos recibieron las Hermanas Franciscanas del rebaño de María, quienes nos acogieron en su casa a lo largo de este tiempo.
Nuestra misión, principalmente, consistía en impartir clases por las mañanas en el colegio, ayudar en el comedor que tienen las hermanas (donde dan de comer cada día alrededor de 150 niños) y, por las tardes, dar apoyo educativo y jugar con los niños que vienen a la parroquia. Además, los fines de semana teníamos la oportunidad de ayudar en catequesis.
Para mí, poder poner mi granito de arena en cada una de estas iniciativas fue todo un regalo. Los niños eran súper agradecidos, a la mínima que les dabas tu atención y tu cariño, ellos te lo devolvían multiplicado por mil. Muchos de ellos tenían una gran ilusión por aprender, no hacían más que pedirnos que les pusiéramos tarea y algunos hasta nos pedían deberes para casa…¡algo impensable! Esto me llamó mucho la atención, ya que tenían una inquietud tremenda por nutrirse de todo aquello que nosotras pudiéramos aportarles.
En esta aldea pude apreciar lo realmente esencial de la vida. En ella vivían personas con pocos recursos, solamente había luz eléctrica cuatro horas al día y si no llovía durante varios días…ducharse era toda una aventura.
Viviendo con esta precariedad, pude ser consciente de la cantidad de cosas que poseo y que apenas valoro. Durante este tiempo solo me salía dar gracias a Dios por todos los regalos que me da cada día sin merecerlo. Comenzando, en primera instancia, por el don de la vida. Me di cuenta, una vez más, de lo que me cuida el Señor, de que por muchas vueltas que yo dé y me aleje, él siempre ha estado y va a estar a mi lado. Por eso, la palabra que más se me venía a la cabeza era agradecimiento.
la palabra que más se me venía a la cabeza era agradecimiento.
Sin embargo, la vida allí no es fácil. Pude observar la tibieza espiritual con la que viven muchas personas, sin esperanza ni motivación por nada. Tienen una sed inmensa de Dios, a veces sin saberlo. Por eso la labor que tienen allí las hermanas no es cualquier cosa. Ellas están siempre al servicio de cualquiera que pueda precisar su ayuda. Animan mucho a los jóvenes a participar en el sacramento de la Eucaristía e intentan involucrar a las personas de esta aldea en la pastoral parroquial.
Además, reparten comida a las personas mayores más desfavorecidas e imparten talleres de costura. Tienen también un pequeño dispensario, donde atienden cada día a todas las personas que pasan por allí. Durante nuestra estancia, coincidimos con una médico española que estaba pasando consulta a los pacientes de forma voluntaria.
La misión también está compuesta por un sacerdote. Uno de los días tuvimos la gran suerte de poder acompañarle a celebrar cuatro bautizos a otra aldea cercana, con menos recursos aún que en la que nosotras vivíamos. Una vez allí, tras la ceremonia, nos dieron un plato lleno de comida que habían preparado entre todos. Apenas tenían ellos para comer y, aún así, se superaron en generosidad con nosotros. Esto me recordó a la parábola de la viuda pobre, que no dio de lo que le sobraba sino de lo que tenía para vivir. El ejemplo de estas personas me hizo reflexionar y replantearme muchas cosas.
Gracias a todo ello, a lo largo de este tiempo, he experimentado una alegría profunda de vivir y de VIVIR en mayúsculas, disfrutando de hacer la voluntad de Dios, poniendo mis dones al servicio de los demás, pese a mi debilidad.
En definitiva, ha sido una experiencia increíble en la que he aprendido a valorar más lo que Dios me regala cada día, he ganado en libertad, me he encontrado con el Señor a través del servicio a los demás y, sobre todo, he podido dar gratis lo que gratis he recibido.
he podido dar gratis lo que gratis he recibido.
Ana Serrada Gutiérrez