Lo prometido es deuda, y como ya te dije en el artículo “Quiero amar la Santa Misa” hoy vengo a que la Virgen te explique detalle a detalle y con mucho cariño cada parte, gesto, y oración de la Santa Eucaristía; tal y como lo hizo con Catalina Rivas un día cualquiera mientras asistía a Misa. Yo solo añadiré algunos detalles que he podido ir leyendo en los escritos de otros autores, y aunque intentaré ser breve, no quiero dejarme nada que pueda ayudarte a darle un significado a cada gesto o palabra; porque aunque pensemos que se trata de un rito antiguo con muchas formalidades, vas a ver como todo tiene un sentido.
Como bien te habrás fijado, la Misa empieza con el sacerdote besando el altar. Ya aquí, puedes empezar a participar de ella y darle tú también un beso al altar con tu corazón, para que cuando Jesús llegue a él a través del Pan y del Vino, lo primero con lo que se encuentre sea con ese beso tuyo que has dejado ahí nada más empezar la Misa.
A continuación, hacemos la señal de la Cruz; gesto con el que empieza y termina la Misa, y que debemos tratar de imitar con conciencia de que esa Cruz es la que nos permite celebrar ahora esta Misa, es la que nos representa a los cristianos, y la que te ha salvado a ti.
Como primera oración, la Eucaristía comienza reconociéndonos pecadores con el “Yo confieso” y con los tres golpes en el pecho; aprovecha este momento para pedir perdón por todos los pecados o faltas que hayas podido cometer a lo largo del día o desde la última confesión o Misa. Así, conseguirás empezar la Eucaristía con dolor de tus pecados, conocimiento de la falta que te hace recibir a Dios en la Comunión para luchar contra ellos, e irás adquiriendo cada vez un corazón más sensible y atento. Pídele a éste -tu corazón-, con esos golpecitos en el pecho, que espabile un poco, que se convierta, ¡qué busque a Dios!
Pero no nos quedamos en sentimientos de arrepentimiento y culpa, sino que con mucha alegría seguimos la Misa pidiéndole a Dios que nos perdone y nos ayude con el “Señor, ten piedad”. Rézala con la confianza y seguridad de que Dios te perdona, te quiere y te va a ayudar a no volver a caer si se lo pides con sinceridad.
Termina así la primera parte de la Misa consistente en sabernos pecadores, pero también salvados e infinitamente amados por Dios.
Seguidamente, si fuese día festivo, rezamos el “Gloria”. Momento perfecto para que alabes a la Santísima Trinidad y la vayas visualizando poco a poco. Primero, adoramos a “Dios Padre Todopoderoso”, que al escuchar esta oración, se le dibuja una sonrisa inmensa en su rostro paternal lleno bondad. Segundo, al “Hijo del Padre” aquel que te tiende su mano llena de llagas para que te sientas siempre acompañado, elegido y acogido por Él. Tercero, “con el Espíritu Santo” el que lleno de Amor va a descender sobre ti para ayudarte a vivir la Santa Eucaristía. ¡Cómo le gusta a Dios que le adoremos, le queramos y le agradezcamos, y qué poco lo hacemos! Solemos quedarnos en peticiones, peticiones y más peticiones. Aprovecha este momento para adorarle de verdad.
Comienza ahora la segunda parte de la Misa, la liturgia de la palabra, momento importante porque “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Es el momento en que se leen las lecturas, el salmo y el evangelio, y con ellos se nos presenta la oportunidad de aprender cosas nuevas de la vida de Cristo, de sus enseñanzas, de cómo eran los apóstoles, de cómo quiere que vivamos… Es el momento de escuchar con atención para poder ir haciendo vida esas palabras. Fíjate que al terminar de leer el evangelio, el sacerdote lo besa, tú -si quieres- también puedes hacerlo. Pero sobre todo, merece la pena que estés atento a las 3 señales de la Cruz que se hacen sobre tu frente, tu boca y tu corazón antes de su proclamación; gestos con los cuales puedes aprovechar para pedirle a Dios que esas palabras del evangelio iluminen, respectivamente, lo que piensas, lo que dices y lo que sientes.
Ahora, si fuera festivo, rezaríamos el “Credo”, oración con la que puedes, no solo reafirmarte en tu fe y recordarte las bases de la misma, sino pedirle a Dios que te la aumente para creer y vivir todo lo que estás profesando.
Seguidamente, llegan las peticiones y con ella el lugar en el que corresponde que hagas las tuyas; y sí, el momento es este y no el ofertorio ni la comunión, como le fue explicando la Virgen a Catalina más adelante. Aprovecha para pedir por tu familia, tus amigas, tu trabajo/estudio, por todo aquello que te preocupa, te ilusiona, tienes en mente…
Pasamos ahora al ofertorio y con ello a uno de los momentos más bonitos. Catalina vio como en este momento una fila de ángeles recorrían todo el pasillo central dirigiéndose al altar; los primeros llevaban fuentes de oro y sus rostros brillaban, eran los ángeles de la guarda de aquellas personas que estaban ofreciendo sus dolores, alegrías, luchas, propósitos… aquellas personas que estaban entregándoselo todo a Dios; los siguientes, iban con las manos vacías, son los ángeles de la guarda de aquellas personas que no estaban ofreciendo nada porque estaban distraídas sin vivir con conciencia la Misa; y por último, iban unos ángeles tristones, con las manos juntas en oración pero cabizbajos, eran los ángeles de la guarda de aquellas personas que estaban en Misa por “cumplir”, por obligación, sin querer estar, de manera que estos ángeles no tienen nada que llevar al altar más que sus propias oraciones. No le hagas a tu pobre ángel de la guarda ir sin nada, llénale las manos de cosas que entregar y le harás el ángel más feliz de toda la Iglesia.
Entrando en los detalles del ofertorio merece la pena fijarse como el sacerdote llena el cáliz de vino y después añade una gotita de agua. Aprovecha y mete en esa gotita toda tu vida y observa como no es nada, solo una pequeña gota insignificante, pero que unida a Jesús, a su sangre, es el mayor regalo que le podemos hacer a Dios. Este gesto debería representar nuestra vida: un poco de mí y todo de Dios; y cuando digo un poco, no me refiero a que pongamos un poco de esfuerzo, de trabajo o de empeño, tenemos que ponerlo todo, pero es que nuestro todo es muy poco; de ahí que lo mejor siempre sea unir nuestro poco a todo lo que Dios nos quiere ayudar, acompañar y proteger. Mi nada y su Todo. Otro detalle a fijarse es el momento en que el sacerdote se lava las manos, gesto con el cual le pide a Dios que le lave el alma, y tú puedes unirte a esta petición para que te lave y poder recibirlo en la Comunión con el alma mejor preparada.
Llega a continuación la oración del “Santo, Santo, Santo” y con ella sucedió -y sucede- algo que Catalina nunca podría haber imaginado. De pronto, aparecieron tras el altar miles de ángeles, iban vestidos con túnicas blancas y resplandecientes, y se postraban arrodillados ante el Pan y el Vino recitando a coro dicha oración. Pero no estaban solos, también apareció una multitud de personas vestidas con las mismas túnicas pero en colores pastel, quienes igualmente arrodilladas rezaban el “Santo, Santo, Santo”. Es entonces cuando la Virgen le explicó que se trataba de todos los Santos que ya gozaban de la presencia de Dios en el Cielo. Y es que no somos conscientes de que el Cielo entero –ángeles y santos- baja a cada Eucaristía para alabar a Dios. Tan importante debe ser la Misa y tanto debe agradar a Dios que le adoremos, que ni los ángeles ni los santos quieren dejar de formar parte de ese momento. ¿Y yo? ¿Cuántas veces estoy sin estar? ¿Y cuántas veces ni estoy?
Pero el asombro de Catalina fue aún mayor cuando vio que la Virgen se encontraba entre esas personas. Entonces nuestra Madre le explicó: “Con todo lo que me ama mi Hijo, no me ha dado la dignidad que da a un sacerdote de poder traerlo entre mis manos diariamente, como lo hacen las manos sacerdotales. Por ello siento tan profundo respeto por un sacerdote y por todo el milagro que Dios realiza a través suyo, que me obliga a arrodillarme aquí.” ¡La misma Virgen María baja del Cielo a arrodillarse y a adorar! Y guarda un infinito respeto por el sacerdote que está trayéndonos a Dios al altar. ¿Y yo? ¿Rezo en cada Misa por el sacerdote que con sus manos hace posible el milagro de la Eucaristía?
“Ya lo ves, aquí estoy todo el tiempo… La gente hace peregrinaciones y busca los lugares de mis apariciones, y está bien por todas las gracias que allá se reciben, pero en ninguna aparición, en ninguna parte, estoy más tiempo presente que en la Santa Misa. Al pie del altar donde se celebra la Eucaristía, siempre me van a encontrar; al pie del Sagrario permanezco yo con los Ángeles, porque estoy siempre con Él.” Le decía la Virgen a Catalina intentando explicarle su presencia en la Eucaristía.
Llegadas las palabras de la Consagración, Catalina pudo ver el rostro de Jesús en la Sagrada Forma. Fue cuando el sacerdote la levantó, que la Virgen le pidió a Catalina que no agachara la cabeza, sino que levantara la vista para contemplar al Rey de Reyes, para cruzar su mirada con la de Jesús, y para recitar la oración de Fátima: “Señor, yo creo, adoro, espero y Te amo, te pido perdón por aquellos que no creen, no adoran, no esperan y no Te aman”. Cuando el sacerdote estaba consagrando el Vino, Catalina pudo ver a Jesús Crucificado en el Calvario: su cuerpo desgarrado, sus heridas sangrando, el agua brotando de su costado… Fue entonces cuando nuestra Madre le dijo: “Este es el milagro de los milagros, para el Señor no existe ni tiempo ni distancia y en el momento de la consagración, toda la asamblea es trasladada al pie del Calvario en el instante de la crucifixión de Jesús”. ¿Puede alguien imaginarse eso? Nuestros ojos no lo pueden ver, pero todos estamos ahí, en el momento en que están crucificando a Jesús y está pidiendo perdón al Padre, no solamente por quienes lo matan, sino por tus pecados y los míos: “¡Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen!”
Aprovecha estos segundos de la consagración para decirle aquello que le hubieses dicho si hubieras estado junto a la Virgen y San Juan en el Calvario, porque ¡lo estás!. Consuélale, dile que estás ahí con Él, que le quieres con locura, que no quieres alejarte de ahí nunca… Acuérdate también que ese beso que dejaste en el altar al inicio de la Misa, lo estará recibiendo ahora conforme se está haciendo presente en él.
A continuación, con el rezo del Padrenuestro -y por primera vez en toda la Misa- fue Dios, y no la Virgen, quien se dirigió a Catalina pidiéndole que rezase dicha oración pensando en las personas que más daño le han hecho a lo largo de su vida, para que las abrace con su corazón, las perdone y les pida perdón por lo que ella les hubiera podido hacer. Es el momento para que cada uno mire en su corazón, vea las heridas o espinitas que tenga clavadas, y perdone a quienes -con o sin intención- las hayan causado; aunque se trate de la tontería más grande del mundo, aunque pasara hace mucho tiempo, aunque ya ni sepas que es de esa persona… es momento de perdonar. Pero no perdonar de forma cutre o “por cumplir”, ya advertía Dios a Catalina: “Cuidado con lo que hacen. Ustedes repiten en el Padrenuestro: perdónanos así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Si ustedes son capaces de perdonar y no olvidar, como dicen algunos, están condicionando el perdón de Dios. Están diciendo perdóname únicamente como yo soy capaz de perdonar, no más allá.” Por ello tenemos que aspirar a saber perdonar a los demás como queremos que Dios nos perdone a nosotros.
Otro aspecto a fijarse es en las 7 peticiones que hacemos en cada Padrenuestro: “santificado sea tu Nombre”; “venga a nosotros tu Reino”; “hágase tu voluntad en la tierra como en el Cielo”; “danos hoy nuestro pan de cada día”; “perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”; “no nos dejes caer en la tentación”; “y líbranos del mal”. Coincidirás conmigo en que dan para rezarlas largo y tendido, ¿verdad?
Tras desearnos la Paz, llega el momento de la Comunión, en concreto y en primer lugar, la comunión del celebrante, momento en el cual la Virgen le dijo a Catalina que debía pedir por la santidad del mismo y de los sacerdotes que lo acompañan, incluso por todas las almas consagradas y por todos los sacerdotes del mundo. Muchas veces los laicos exigimos mucho de los sacerdotes, pero somos incapaces de rezar por ellos, de entender que son personas humanas, de comprender la soledad que muchas veces les puede rodear. Ellos han dado su vida por nosotros, ¿y yo? ¿Hago algo por ellos?
Cuando empezaron a comulgar los laicos que participaban de la Misa, Catalina pudo ver como en algunas almas, nada más ser depositada la Sagrada Forma sobre sus lenguas, una luz dorada las rodeaba. “¡Así es como yo me complazco en abrazar a un alma que viene con el corazón limpio a recibirme!” le explicaba Dios. Una buena forma de prepararnos para ese momento -además de la confesión previa y necesaria para tener el alma en gracia- es ir rezando en la fila de la comunión, comuniones espirituales que nos enciendan las ganas de recibir a Dios, y que nos haga conscientes de que la comunión es un encuentro recíproco en el que Jesús entra en mí entregándose y, a su vez, me invita a entregarme.
Una vez Catalina había comulgado, el Señor le permitió escuchar las oraciones de la mujer que tenía sentada delante de ella: “Por favor, haz que mi marido deje de beber”, “ayúdame para poder llegar a fin de mes”, “acuérdate de los exámenes de mis hijos”… “¿Te has dado cuenta? -le dijo Jesús a Catalina- Ni una sola vez me ha dicho que me quiere, ni una sola vez me ha agradecido el don que yo le he hecho de bajar mi divinidad hasta su pobre humanidad para elevarla hacia mí. Ni una sola vez me ha dicho: gracias, Señor. Ha sido una letanía de peticiones… y así son casi todos los que vienen a recibirme”. No nos damos cuenta de que Jesús se ha quedado en la comunión por Amor; porque y para querernos. Y cuantas veces ni lo valoramos ni le devolvemos -aunque sea- la mitad de la mitad de ese amor. Aprovecha ese momento de intimidad máxima con Dios para que se sienta muy muy querido por ti, para llenarlo de piropos, de te quiero’s, de cariño. ¡Qué le encanta! Que no es un Dios que está por encima de todos y de todo, y que le es indiferente nuestro cariño por ser Todopoderoso, ¡qué se le cae la baba cuando le cuidamos y queremos!
Llegada a su fin la Santa Eucaristía, cuando el sacerdote iba a impartir la Bendición, la Virgen le dijo a Catalina: “Atenta, ustedes hacen un garabato en vez de la señal de la Cruz. Recuerda que esta bendición puede ser la última que recibas de manos de un sacerdote y en nombre de la Santísima Trinidad, por lo tanto, haz la señal de la Cruz con respeto y como si fuera la última de tu vida”.
Concluidas estas explicaciones de la Virgen, me pregunto qué te habrán parecido, si te habrán ayudado o no, yo me conformo con que algo -aunque sea lo más mínimo- cambie en tu forma de vivir la próxima Misa en la que participes. Ojalá poco a poco vayamos rezando y haciendo nuestras estas palabras de la Virgen a Catalina, ojalá nos hagan conscientes de la grandeza de la Eucaristía, ojalá vayamos amándola cada vez un poco más; pero sobre todo, ojalá cada Misa nos transforme un poco el corazón, será entonces cuando sabremos que hemos vivido bien esa celebración, que Dios ha entrado en nuestro corazón y que estamos, así, un poquito más cerca del Cielo.
Marta Mata