Los que escribimos de estas cosas, de vez en cuando sentimos una cierta vergüenza por lo que decimos. O deberíamos vivir algo parecido. Porque muchas veces hablamos de lo que no vivimos plenamente, de lo que no sostenemos con nuestra propia vida, de lo que sabemos que toca decir. Y luego, cuando dejamos de escribir, somos cristianos sencillos, con nuestros días, errores, dudas, miedos y desconfianzas.
Se nos olvida no pocas veces que esto de ser cristiano es más alianza y relación que cumplimiento y moral. O que, por decirlo mejor, la segunda encuentra su fuente y sentido en la primera, que es el diálogo -más bien torpe y a trompicones- que vamos haciendo con Dios, en el que descubrimos de golpe que somos hijos amados, pero que luego tenemos que ir haciendo poco a poco camino y enterándonos bien de qué significa eso para nosotros (no para mí, no para los míos, sino para la humanidad en su conjunto:
Dios es Padre nos entrega a su Hijo y nos da el Espíritu para que seamos hijos en el Hijo.
Así de sencillo, así de claro. Todo lo denso que se quiera, porque las palabras que se juntan tan rápidamente también nos sirven de ayuda y nos dan horizonte. Pero luego, hay que vivirlo. Y no se llega a ser hijo por los esfuerzos de la voluntad, por las visiones clarividentes de una inteligencia purificada de sí y abierta sin más a la verdad, sino que es un don previo. Por lo que todo lo que vamos descubriendo, en verdad, no es más que ir entrando poco a poco [qué sabia imagen supo hacer suya Teresa] en nuestras moradas, que son las moradas mismas en las que Dios habita desde siempre y por siempre. Y esto lo va haciendo el Espíritu, en los acontecimientos en los que despertamos un poco más de un letargo en el que no sabíamos que se nos había impuesto. Entonces, una y otra vez, porque siempre hay que volver como cristianos sencillos y normales nuestra mirada al Señor Jesús, su imagen nos comunica más y más, se va haciendo historia con nosotros, y en nuestras biografías aparece una palabra clave: salvación.
No sé por qué hemos dejado de usarla. Porque es la experiencia humana fundamental: necesitamos ser salvados y no podemos salvarnos a nosotros mismos. No es ni la fragilidad, ni la contingencia, ni nada de eso. Es que no nos salvamos a nosotros mismos ni cuando vemos el bien muchas veces a las claras en nuestra conciencia y terminamos donde no queríamos terminar. Es que no nos salvamos por medio de la voluntad. Es que, y esto es más duro, no salvamos ni a quienes deberíamos poder salvar. Ahora bien, estaríamos dispuestos a dar la vida por amor. Eso sí. El que ama sabe que daría su vida. El que ama sabe que está dando su vida. Y miramos de nuevo, da igual el lugar porque siempre es la misma imagen, a Jesús en la Cruz. Y entonces comprendemos qué es eso de que es salvación.
Así, muy ligado a la historia y muy sencillamente, creo que los cristianos normales van viviendo su vida. Lo grandioso es que, en toda su historia, en todas sus empresas, en todos sus proyectos y en todas sus caídas, en lo bueno y en lo malo, Dios ha hecho alianza con cada uno. Y si tenemos la paciencia suficiente de seguir en la comunidad, algún día viviremos plenamente eso que parece que, con mucha vergüenza, nos atrevemos a decir:
Padre nuestro, que estás en el cielo.
[En memoria de mis abuelos. Gente sencilla de pueblo y campo, de tierras leonesas. Algo sabían leer, pero no mucho. Poco o nada escribieron. No me enseñaron nada especial de todo esto. Simplemente se limitaron a ser, a vivir, a amar como pudieron. Pero en sus casas Dios siempre estaba presente con respeto.]
José Fernando Juan (@josefer_juan)