Hará unos meses fui al cine con unos amigos a ver la película «El beso de Dios», que trata sobre la Santa Misa. A lo largo del largometraje se sucedían diversas entrevistas a diferentes personas que iban explicando las partes del Santo Sacrificio. La afirmación, contundente, de uno de ellos me hizo reflexionar.
El entrevistado en cuestión, de cuyo nombre no consigo acordarme, dice en un momento dado: «hemos cambiado lo espiritual por lo sentimental». Esta afirmación, llena de razón, es extrapolable a todo lo que nos rodea. Actualmente lo que prima es lo que se siente y los sentimientos se han convertido en el piloto de las relaciones; se piensa erróneamente que el estar enamorado implica necesariamente amar.
¿Qué ocurre cuándo los sentimientos se desvanecen? Es una cuestión que he escuchado en muchas ocasiones porque, al cimentar una relación en los sentimientos, ésta cae junto con todos ellos ya que estos son efímeros. Los sentimientos son buenos e importantes sí, pero no lo son todo. Con el paso del tiempo, los sentimientos pueden dar lugar al amor, pero para ello es necesario tener la voluntad para que así sea; es decir, el amor no es un sentimiento, sino una decisión.
En el enamoramiento todo son mariposas y perfecto al principio donde uno no ve más que maravillas, pero tras él uno empieza a vislumbrar los defectos del otro y lo que todo parecía perfecto y maravilloso, resulta que no es así, que esa persona tiene cosas que te sacan de quicio y otras que jamás entenderás. Hay detalles que lo ves una tontería y uno puede caer en el error de intentar transformar al otro para que sea de tu medida.
San Pablo dice que el amor es sobrellevarnos los unos con los otros y cuando uno ama debe cargar, aguantar, tener paciencia… Amar es decidirse por alguien y es decidirse todos los días para siempre; no con resignación, sino con alegría.
La belleza del amor se halla, no en tanto en lo que se siente, sino en todo aquello que se ha superado juntos. No hay que amar al prójimo pese a sus defectos, sino amarlo con sus defectos; hay que amar también sus defectos y ya te adelanto que no encontrarás sentimiento que lo consiga.
Después de todo, lo que importa es que ambos sigan perseverando con alegría.