“Siendo Dios omnipotente, no podía dar más; siendo muy sabio, no supo dar más; y siendo muy rico, no tenía nada más para dar”. Así define San Agustín la Santa Misa, y me encantaría que después de rezar estas líneas, tú también pensaras en ella en estos términos al descubrir que no hay nada más grande que Dios nos haya dado, ni nada más importante que el hombre pueda hacer, que participar de la Santa Eucaristía.
“¡Pero qué exagerada eres Marta!” podrías pensar. Pero no, amigo, a pesar de que hace no mucho tiempo yo también pensaba que toda la importancia que se le daba a la Misa eran exageraciones, y que se trataba simplemente de un medio más para rezar, hoy te voy a demostrar que esto no es así y que estaba realmente equivocada: ni es un medio más, ni es susceptible de recibir menos relevancia de la que se le da, sino todo lo contrario. Es, sin duda alguna, lo más impresionante que podemos hacer en el día. No hay nada más grande que eso, absolutamente nada. Y la explicación es sencilla una vez reconoces la insignificancia del hombre necesitada de la grandeza de Dios. Nosotros, pequeñas criaturas, podemos hacer cosas muy pequeñas; podemos poner más o menos esfuerzo, tener un resultado mejor o peor, recibir más o menos reconocimientos, pero siguen siendo cosas logradas por la limitada capacidad humana, llena de errores y carencias.
“Pero Marta, ¿y si se trata de una acción totalmente buena? Como, por ejemplo, dedicar el tiempo que dura la Misa a dar de comer a los pobres, a trabajar duramente, o a ayudar en casa” podrías preguntarme. Entonces yo te contestaría: “Aún con toda la bondad de tu corazón, nunca podrá esa acción dar más frutos que una Misa bien vivida; por la simple razón de que la primera acción es obra tuya, mientras que la Misa es obra de Dios de la que tú participas, y sus obras son infinitamente más perfectas que las tuyas”. San Juan María Vianney decía: “Todas las buenas obras del mundo reunidas, no equivalen al Santo Sacrificio de la Misa, porque son obras de los hombres, mientras que la Misa es obra de Dios.”
Soy consciente de que esto puede seguir sin convencerte de la sublimidad de la Misa, pero haciendo referencia a las cosas que yo creía o que la gente me decía que eran más importantes que la Misa, voy a intentar que no caigas en los mismos errores que yo y que la sobrepongas a todas estas “excusas” que nos solemos poner.
En primer lugar, pensaba -y mucha gente me decía- que ayudar al prójimo es lo primero y que darse y hacer es más importante que rezar; sin que una cosa excluya a la otra -porque ambas son cruciales- entendí que en cada Misa te das y haces por los demás cuando pides por sus intenciones, y que con ella demuestras que no te conformas con ofrecer tu ayuda, sino que vas a pedirle a Dios que sea Él mismo quien ayude a esa persona. Y supongo que coincidiremos en que la ayuda de Dios Todopoderoso es bastante más eficaz que la de cualquier persona, ¿no? Ofrece una Misa por quién sepas que necesita ayuda, y ya le habrás ayudado de una manera que no podremos ser consciente hasta que lleguemos al Cielo. Y podrías pensar ahora: “Bueno, rezo un Padrenuestro para pedir ayuda a Dios y listo. Lo de la Misa, si se da la ocasión genial, y si no, será porque no hay oraciones en el mundo… ”Lo siento, pero tengo que decirte que nunca podrá compararse la eficacia de la Misa con la de cualquier otra oración. Había un santo que decía: «Con oraciones pedimos gracia a Dios; en la Santa Misa comprometemos a Dios a que nos las conceda”. La Eucaristía es, como te decía, la mayor garantía que tenemos de que Dios contestará a nuestras peticiones. Así pues, como coincido totalmente con el famoso dicho de: “A Dios rogando y con el mazo dando” no te voy a decir que tengamos que limitarnos a ofrecer Misas, también debemos actuar y poner nuestras manos, nuestro trabajo y nuestro esfuerzo al servicio de quien lo necesite, pero sin olvidar que la primera y más grande ayuda que podemos ofrecer es una Eucaristía bien vivida, y no solo por lo que Dios vaya a ayudar a esa(s) persona(s), sino porque además nos va a dar a nosotros una gracia especial para ayudarla(s) de la mejor manera.
En segundo lugar, pensaba que lo fundamental era tratar a Dios, sea de la manera que sea, equiparando la Misa a cualquier otra práctica (adoración, meditación, rato de oración…); pero la realidad es que, siendo todo ello recibido con gran entusiasmo por Dios, no hay nada que pueda compararse a la Misa. Ni todas las canciones, ni todas las oraciones, ni todos los silencios del mundo, pueden acercarnos más a Él que la Santa Misa, porque de ninguna otra manera podemos recibirle y unirnos tan intensamente a Él. Tal debe ser la trascendencia de la Misa que a ella acuden los ángeles, los Santos e incluso la misma Virgen María; porque en el Cielo son conscientes de que no hay nada equiparable a la Misa. ¿Por qué? Por la misma razón que te voy a dar si eres de los que cree -al igual que yo pensaba- que basta con ofrecer tus sacrificios y trabajo, ya que la santidad está en lo ordinario y hay que buscar a Dios en las pequeñas cosas. Siendo completamente cierto que a Dios le podemos tratar a través de las cosas más insignificantes y de que podemos ofrecer hasta lo más mínimo, entendí que todo ello no dejan de ser cosas pequeñas de criaturas pequeñas, mientras que si le ofrecemos todas esas luchas y esfuerzos poniéndolos en el altar ya no estaremos ofreciendo un mero sacrificio humano, sino que estaremos uniendo nuestro sacrificio al de Jesús en la Cruz, y como el sacrificio de Cristo tiene un valor inmensurable, al unir el nuestro al suyo, nuestro sacrificio también adquiere un valor infinito. Lo que vengo a decirte es que, teniendo un gran valor una hora de trabajo, un minuto heroico, etc.; su valor se multiplica cuando lo llevamos a la Eucaristía y le decimos a Jesús: “En el altar te dejo todas estas cosas que me han costado”, porque es ahí donde ese esfuerzo nuestro se une al sacrificio de Jesús, y así, juntos, lo recibe Dios Padre como lo más grande del mundo.
En tercer lugar, pensaba que lo relevante en la vida era amar y punto, sea con o sin Misa. Pero entendí que si verdadera y sinceramente buscaba el Amor, siendo cristiana, no podía dejar de lado la Misa. ¿Por qué? Porque participar de la Misa implica entrar a vivir el momento de la historia en el que el Amor alcanzó su punto más alto, reinó sobre todo el universo y se impuso -incluso- sobre la muerte; es pasar a vivir y ser testigo del momento culmen del Amor, del momento de la Cruz. Y sí, digo todo el rato que es pasar a vivir ese momento y no recordarlo o celebrarlo, porque participando de la Misa nos trasladamos al Calvario, a los pies de la Cruz, junto a la Virgen y a San Juan. No simbolizamos aquel momento, pasamos a vivirlo; porque sacrificio solo ha habido uno, y en cada Misa lo que hacemos es participar de él.
Pero no solo es el culmen del Amor, sino que si piensas que lo que cuenta es querer más cada día; yo he descubierto que la Misa te enseña a hacerlo. Te enseña cuando te invita humildemente a reconocerte pecador y a pedir perdón, porque para amar es imprescindible ser capaces de reconocer nuestros errores y disculparnos por ellos. Te enseña cuando te invita a pedir por las intenciones de los demás, porque amar implica preocuparse por las cosas de la otra persona aun cuando no sean de tu interés. Te enseña cuando te invita a ser testigo del amor con el que Dios te quiere y se ha entregado, porque para amar es necesario haber experimentado previamente el amor, y como dice San Juan: “Nosotros amamos porque Él nos amó primero”. Te enseña cuando te invita a recibir a Dios en la comunión, porque Dios es El Amor y necesitamos llenarnos de Él para poder darlo a los demás, pues nadie puede dar lo que no tiene. Te enseña cuando te invita a fomentar la Paz, porque el amor debe buscarla siempre incansablemente. Te enseña cuando te invita a poner tus alegrías y dolores en el altar, porque amar implica ofrecer y compartir todo eso con la otra persona.
Ya ves como la Misa es maestra y fuente de amor, por lo que si crees que lo más grande de tu vida es el amor, espero que acabes descubriendo que, entonces, lo más grande de tu vida es la Misa.
No me olvido de cuando pensaba que lo principal era luchar por la santidad, sea por la vía que sea, cada uno haciendo uso de lo que más le ayude. Siendo esta afirmación totalmente cierta, porque hay tantos caminos de santidad en el mundo como personas sobre la faz de la tierra, he comprendido que la Misa debe ser denominador común para todos los que queremos ser santos, porque es el único medio por el cual podemos recibir a Cristo dentro de nosotros, porque en ningún otro sitio Dios te espera con tanta ilusión como en la comunión, porque en ella el Cielo y la Tierra se unen y vamos a reunirnos toda la Iglesia como familia. Y no, no vuelven a ser exageraciones mías ni formas de hablar, en la Santa Eucaristía participan las tres Iglesias: la Iglesia triunfante, es decir, todos los que se encuentran en el Cielo; la Iglesia purgante, todas las almas del purgatorio; y parte de la Iglesia militante, aquellas personas que estemos asistiendo a la Eucaristía; es la llamada Comunión de los Santos que podemos vivir muy intensamente en cada Misa. ¿Crees ahora que la Misa es prescindible en nuestro planning para alcanzar el Cielo? ¿No ves que mientras participas en ella hay millones de santos a tu lado que ya han llegado al Paraíso y te van a ayudar a alcanzarlo? ¡Que está San Pedro contigo, la Virgen María, ese santo al que tanta devoción tienes, millones de ángeles!
No quiero acabar sin dar respuesta a los agobiones y responsables que -como yo- muchas veces piensan que lo primero es el deber y cumplir con las obligaciones; solo les preguntaré: ¿acaso consideras que tienes una responsabilidad mayor que responder a aquello para lo que has sido creado? ¿Acaso no te has dado cuenta todavía que estás hecho para la eternidad, y que la Misa te permite asomarte a ella mientras que todo el resto de tareas son puramente terrenales? ¿Es que no sabes todavía que Dios te ha creado para la comunión y te espera ahí cada día? Confía en mí, no hay nada más importante que tengamos en nuestra lista de “cosas por hacer” que dar respuesta al sentido de nuestra existencia.
Podría seguir durante líneas y líneas hablándote sobre la trascendencia de Misa, pero me voy a limitar a darte mi palabra de que en el próximo artículo la Virgen te va a explicar lo que va pasando en cada momento de la Eucaristía, para que así la vayas entendiendo y amando. Mientras tanto, ve comprobando como la Misa es escuela de amor y de santidad, como te ayuda a tratar a Dios y a velar por los demás, y como ninguna otra cosa que tengas pendiente de hacer en el día te va a hacer tan feliz como ser testigo de la unión entre el Cielo y la Tierra que tienen lugar en cada Misa, pero sobre todo en tu alma cuando recibes a Dios con cariño e ilusión.
No dejes que ninguna de las excusas anteriores te roben una sola Misa, y recuerda: “Tened por cierto; el tiempo que empleéis con devoción delante de este divinísimo Sacramento, será el tiempo que más bien os reportará en esta vida y más os consolará en vuestra muerte y en la eternidad. Y sabed que acaso ganaréis más en un cuarto de hora de adoración en la presencia de Jesús Sacramentado que en todos los demás ejercicios espirituales del día.»!
Marta Mata España